Hombres al borde del
ataque de nervios
La sexta película del
director y guionista barcelonés Cesc Gay (1967) es una comedia coral
estructurada en cinco capítulos independientes más uno que actúa de cierre y
posdata común. En el primero, protagonizado por Eduard Fernández y Leonardo
Sbaraglia, en que dos antiguos compañeros de estudios se encuentran en la
entrada de un edificio tras un largo tiempo sin verse y comentan su vida en el
hall del mismo esperando que la lluvia escampe, tiene un aliento tragicómico,
que entronca con su anterior película coral, ‘En la ciudad’ (2003), también
coescrita, como la que nos ocupa, junto a su colega Tomás Aragay, y sirve de
introducción al tono más abiertamente cómico de los episodios posteriores. El
segundo, protagonizado por Clara Segura
y Javier Cámara, tiene lugar en el domicilio ex-conyugal con ocasión de la
devolución a la ex-cónyuge del hijo común; el tono es de comedia bufa, un tanto
histriónico, y, a mi juicio, el de menor interés, un tanto predecible, como
apunta el manido gag final de la rotura de la caja con los objetos del ex-marido
cayendo en plena calle. En el tercero, protagonizado por Ricardo Darín y Luis
Tosar, donde dos desconocidos interactúan por un azar próximo al de ‘101
dálmatas’ en un parque público para encontrar un nexo común, es el capítulo más
próximo a la comedia con toques de sainete, de absurdo surrealista. El cuarto
bloque es el turno de Candela Peña y Eduardo Noriega, que dan vida a dos
trabajadores que viven un escarceo frustrado al fin de su jornada laboral, y
supone un punto de inflexión en la cinta hacia cotas más decididamente cómicas,
invitando, incluso, a la carcajada incontenible. El quinto episodio es el
protagonizado por Leonor Watling y Alberto San Juan, por un lado, y Cayetana
Guillén Cuervo y Jordi Mollà, por el otro; podría tratarse, como los
anteriores, de un corto independiente del resto, aunque en este, en un giro que
rompe el aparente estatismo y dialéctica bis a bis que había presidido los
pasajes anteriores, pues aquí, dos parejas se intercambian y los miembros
masculinos, que parecen ser íntimos amigos, interactúan con la respectiva del otro,
alternándose los escenarios, ya que unos se encuentran esporádicamente en un
parking y deciden ir juntos en coche a la fiesta a la que ambas parejas han
sido invitadas, mientras la otra pareja, va de paseo, combinándose ambos
escenarios y sendos diálogos presididos por el otro ausente, en una dinámica
elíptica que culmina con un impagable plano donde, una vez ambas parejas ya reunidas
en el rellano del ascensor suben por turnos, los amigos esperan con cierto
estupor el ascensor que conduce al piso de la fiesta. Por último, un pasaje a
modo de epílogo cierra esta estupenda película , donde varios de los
protagonistas masculinos de los episodios anteriores, esos personajes inmersos
en la zozobra de una madurez cuarentona,
que han expuesto sus miedos, sus deseos, debilidades, sus mentiras, su
hipocresía, resultan conocerse, y lidian en la cocina con los preparativos de
la mencionada fiesta.
La puesta en escena de estas
‘set pieces’ cuasi teatrales, en las que 2 personajes interactúan en escenarios
urbanos, está resuelta con los mínimos aditamentos escénicos y musicales, dominando
las secuencias los planos cortos y medios a modo de ejercicios interpretativos
donde los personajes tienen la oportunidad de explayarse.
El resultado es muy
disfrutable y tiene la virtud de dejarnos un buen sabor de boca aunque los
avatares que nos ha contado no sean precisamente agradables. Además, como si de
un buen thriller se tratase, va graduando su tono, cómico eso sí, conforme
discurren los diferentes episodios desde el primero, presidido por un tono más neutro
y agridulce, in crescendo hasta la
‘fiesta’ final, con el enfoque puesto en las relaciones de pareja como
denominador común, y, como toda comedia que se precie, es un espejo
privilegiado de las más hondas miserias humanas. Espíritu wilderiano, o, más en
términos actuales, más Solondz que Apatow, que digamos.
Calificación: 3.
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