lunes, 27 de agosto de 2012

The hunted (William Friedkin, 2003)



Considero vano malgastar el tiempo escaso en reseñar películas mediocres o que no aporten nada al espectador, y mucho más, ensañarse con las malas, pero voy a encarar este humilde comentario con el sólo propósito de señalar lo que considero un rotundo ejemplo de como al menos una buena dirección puede salvar los trastos y convertir la enésima hollymemez (término que solía usar el estimable crítico Ángel Fernández Santos) , pergeñada en base al presumible tirón taquillero de dos actores consolidados como son Tomy Lee Jones y Benicio del Toro,  con un guión ‘alucinante’, puro material de derribo, en un filme visible y disfrutable, aunque con no pocos reparos.
La trama es la típica historia de la persecución continua a que se somete a un soldado de élite del ejército norteamericano, al que interpreta Del Toro, que ha perdido la chaveta, al parecer por las cruentas guerrillas y operaciones en las que ha participado, y, persiguiendo no se sabe qué dudoso principio, se propone una cruzada contra el género humano aplicando ‘su’ justicia universal. Y para desfacer tal entuerto, la poli, los federales y hasta el ejército, recurren al que fuera su antiguo instructor, obviamente ese rol de sabia madurez que aporta el bueno de Tomy Lee, que, curiosamente, en ese mismo año 1993 recibió el oscar por el papel de  perseverante Marshall también perseguidor de un presunto asesino, que interpretaba Harrison Ford, en ‘El fugitivo’ –The fugitive (Andrew Davis)-, papeles muy lucrativos con los que a buen seguro sacaría adelante su proyecto de opera prima, ‘Los tres entierros de Melquiades Estrada’ (2005).

Ósea que algún oportunista magnate hollywoodiense intenta hacer caja a partir de un guión (a la sazón, escrito por los propios productores, los hermanos Griffiths) que intenta colar una trama delirante por ese tamiz de un supuesto pacifismo ecologista, algo así como un coctel de, salvando las distancias, ‘Bowling for Columbine’ (Michael Moore, 2002) y, sin salvarlas tanto, de 'Rambo' (Ted Kotcheff, 1982); mezclar churras con merinas, vamos. Un planteamiento que sólo un avezado artesano como William Friedkin, con una carrera sumergida en el mundo televisivo donde había comenzado a trabajar en los 60 y al que había vuelto desde mediados de los 80, después de haber dirigido grandes éxitos setenteros como ‘The french connection’ (1971) o ‘El exorcista’ (1973), entre otros muchos, es capaz de salvar con una puesta en escena ágil y resolutiva al servicio de los referidos actores, cuyas correrías, poses y devaneos, acaparan por completo una función, que, en otras manos, hubiera deparado resultados mucho menos defendibles.

 
Calificación: 1.

sábado, 25 de agosto de 2012

Prometheus (Ridley Scott, 2012)



Esta película es, esencialmente, una revisión actualizada de ‘Alien, el octavo pasajero’ (1979), un clásico referente del cine de ciencia-ficción, que iba más allá de la simple aventura de espectáculo extraterrestre, donde las aportaciones de reconocidos profesionales como los diseños de H R Giger y J Giraud ‘Moebius’, o los bichos de Carlo Rambaldi, entre otros, crearon una tan sugerente como malsana atmósfera para cubrir las limitaciones visuales de su tiempo, sembrando una desconcertante oscuridad, que conferían al filme algo de cine negro galáctico.

En la cinta que nos ocupa, el productor y director Ridley Scott hace algo que ya hemos visto recientemente en otra secuela-precuela de saga, en su contemporánea ‘The amazing Spider-Man’ (Marc Webb, 2012), donde parece necesario ‘volver a empezar’ para recuperar. Por cierto, algún sociólogo cultural debería tratar de analizar el porqué de esta obstinación cinematográfica actual por la ‘marcha atrás’ en estas sagas contemporáneas y de si hay algo ‘más allá’ del simple objetivo mercantilista de ampliar la senda de beneficios de empresas previsiblemente caducas. Para esta ‘reconversión industrial’, el guión de Jon Spaihts y Damon Lindelof, esgrime un argumento arqueológico, junto al propiamente fantástico, en los momentos iniciales de la cinta que sirven de prólogo a la posterior aventura. El discreto mac-guffin de unas señales desconocidas de otro planeta que había motivado el viaje de la nave Nostromo en ‘Alien’ se sustituye ahora por una expedición de al parecer mayor enjundia que dota la película de un aura existencialista, como si el bueno de Scott hubiera sometido a su equipo a unos visionados  de ‘El árbol de la vida’ –The tree of life (Terence Malick, 2011)– antes de iniciar cada sesión de rodaje. Además, Prometheus no es una cinta de trepidante espectáculo como en el resto de secuelas de la saga, sino que hay una especie de comedimiento, de frialdad (no en vano los exteriores del filme fueron rodados en Islandia), de freno o distancia, de falta de tensión salvo en la recta final del filme, incapaz de emular las conseguidas secuencias telúricas (VHS vs. HD, quizás) y las cotas de epidérmico horror gótico conseguidas en la predecesora. De la asunción de si esa idea de dotar la cinta de una trascendencia mayor y la delgada línea que separa la verdad o el oportunismo reduccionista dependerá que la pelotita caiga a un lado u otro de la red, de considerar este trabajo como algo más que el rotundo entretenimiento obra de un experimentado artesano que revive una saga lista para dar futuros réditos de taquilla o una obra de superior calado. Nosotros quizás estamos más en lo primero.

Hablábamos de similitudes, que son muchas, y volvemos a la consideración de si jugamos a un lado o a otro de la línea aunque sobra aclarar que toda precuela que se precie ha de tener conexiones apreciables con la/las películas a las que está introduciendo. Lo veremos.

Así el guión, decíamos, se apuntala en parecidas premisas a las de su predecesora; de inicio un sugerente viaje interespacial y la llegada a un planeta desconocido seguramente poblado de ocultas amenazas que, desde que el cine es aventura, vimos ya con el viaje de ‘La diligencia’ –Stagecoach (John Ford, 1939)– por las praderas americanas infestadas de indios. Y la llegada supone el despertar de la tripulación. En la tripulación no hay un tipo tan cachondo como el médico borracho que componía el gran Thomas Mitchell en el mentado western. Aquí son más serios; tan sólo algún operario esquirol en busca del vil lucro, siguiendo un principio económico tan actual.

Tenemos el celebrado androide, encarnado por un solvente Michael Fassbender, esta vez una especie de C3PO de carne y hueso, un apocado maniquí que, en vez de ‘soñar con ovejas eléctricas’, no deja de estudiar cual alumno aplicado durante las primeras secuencias que transcurren en la nave. Menos mal que vemos como manipula y cuida el plácido sueño de la viajera tripulación para que no lo confundamos con aquel náufrago aburrido a la manera que el astronauta solitario de ‘Naves misteriosas’ –Silent running (Douglas Trumbull, 1972)–. Simpático el detalle de querer parecerse al Peter O’Toole de ‘Lawrence de Arabia’, que no al Glenn Ford de Gilda, como curiosa nota homo y metanarrativa del poder del cine como sugerencia y estilo de vida para las viejas generaciones, algo hoy ya muy difuminado por el continuo ametrallamiento globalizador al que se nos somete hoy en día. Y nos volvemos a encontrar con los viejos debates existenciales de este tipo de ingenios humanos ya visto en, esa sí, absoluta obra maestra, la posterior 'Blade Runner' (1982), del director inglés. Así no es vano el detalle de guión por el que el finado es una creación de la misma Corporación Weyland de aquella. Y de paso, se atribuye el papel de malo-bueno o el bueno-malo de la tripulación, como aquella del Nostromo, según se mire.  Y ese maldito rictus benevolente de su rostro, que afortunadamente se torna en preocupación ya en las últimas y funestas secuencias para la expedición.
Tenemos también tripulante y sagaz fémina capaz de emular a la trepidante suboficial Ripley-Weaver, buen trabajo de Noomi Rapace, aunque da la impresión, como toda la película, de seguir una línea ya vista.

Y otro ‘parto galáctico’, nunca mejor dicho, como uno de los platos fuertes de la función. Como detalle para la posteridad cultural y científica quedará esa máquina/gadget quirúrgico que los espectadores verán. Tenemos otro malo, el jefe de la expedición, siempre cobardica, encarnado en una tan fría como sugerente Charlize Theron, valedora de los principios de la Corporación. Y una tripulación con el bueno de color y otros mercenarios descreídos como ya vimos. Y las puñeteras lucecitas rojas que se adentran por desconocidos vericuetos, eso sí, actualizadas con los últimos alardes infográficos.

 
Calificación: 2.

martes, 21 de agosto de 2012

sábado, 18 de agosto de 2012

Brave (B. Chapman, M. Andrews y S. Purcell, 2012)



Es una nueva demostración de la solvencia y pericia técnica de la factoría Pixar para facturar películas familiares de dibujos animados capaces de arrebatar el éxito a los hits convencionales con los que compite sin vergüenza.

De hecho, hay en esta muy disfrutable película, crónica de la vida hasta su adolescencia de la joven princesa Merida, heredera de uno de los reinos del Medioevo en lo que vendría a ser el pretérito Reino Unido, momentos cómicos y de puesta en escena tan solventes que hacen palidecer a la mayor parte de la mediocridad que puebla nuestras carteleras. Estoy pensando, por ejemplo, en la escena que transcurre en la hostil sala de homenajes del castillo con la frágil Merida tratando de convencer a los clanes, que tercamente se disputan su preciada mano, siguiendo las instrucciones de su madre oculta.

Sobre el mensaje que suele acompañar a los títulos de la Disney, señalemos que se vislumbra un ‘tufillo’ de superación ‘feminista’, pues el filme narra la odisea de la princesa en un mundo gobernado por palurdos que tratan de imponerle el matrimonio de conveniencia, y, sobre todo, una loa a la maternidad, ampliamente entendida, conque las cabezas pensantes de la Pixar parecen querer homenajear a sus tiernas madres. No podemos dejar pasar tampoco una referencia a la casa matriz, en la secuencia de la competición de tiro con arco para disputarse la mano de la princesa, donde se autohomenajea el Robin Hood versión Disney de 1973.

Y, hablando de más tributos y legados, entendiéndolos, eso sí, en positivo, la última película Pixar es un homenaje a los valores y signos distintivos del cine de animación del genio Hayao Miyazaki, por quien los creadores de la productora norteamericana sienten reconocida veneración; ese canto a la Naturaleza, a los personajes femeninos, sean heroínas, madres, y hasta brujas, tan bellamente retratados en la obra del maestro japonés, de la que esta película, escrita y dirigida por Brenda Chapman, Mark Andrews y Steve Purcell, no le va a la zaga.


Calificación: 3.