lunes, 31 de diciembre de 2012

El Hobbitt: un viaje inesperado (Peter Jackson, 2012)


 
Me asomo a esta película co-producida, co-escrita y dirigida, la onceava, del neozelandés Peter Jackson (1961), sin, he de reconocer, mucho entusiasmo cinéfilo, un tanto cohibido por el adoctrinamiento mediático a que se nos viene sometiendo desde hace prácticamente una década  con la última entrega, ‘El retorno del rey’ (2003), de la anterior saga anillera y harto de ese cine, o mejor llamémoslo negocio espectacular, de tipos en mallas hartándose de brincar (Clint Eastwood dixit), más parecido a un videojuego.
Si  conseguimos apartarnos de esa idea y nos disponemos a disfrutar de la cinta como el puro entretenimiento  que resulta ser, aun así, la idea de estar viendo una fórmula repetida no nos abandona. Porque el hecho de que la peli es otra adaptación de otra aventura homónima escrita por el británico J.R.R. Tolkien en la década de los 30 del siglo pasado, es una simple coartada argumental para desplegar la manida precuela, con una estructura narrativa particularmente hermanada con la primera película de la saga de El señor de los anillos, ‘La comunidad del anillo’ (2001), con la que guarda muchas similitudes. Ambas tramas se inician, si la memoria no me falla, con un epatante y epopéyico prólogo, centrado allí en las vicisitudes que a buen seguro azotarán a la humanidad por la obsesión de poseer cierto anillo, aquí en las desventuras de cierto reino enano que nadaba en la abundante riqueza hasta que un díscolo dragón decide mudarse allí con el consiguiente caos, huida y derrota posterior que condena a dicha raza menor al ostracismo. Y tras el nada halagüeño prólogo, el sosiego del pueblo hobbitt, al que llega el viejo mago Gandalf, suerte de reclutador para la compañía creada al efecto de conseguir ganar cierto reto. Tras los tiras y aflojas propios de tamaña aventura, empieza el viaje, punteado por los ya habituales planos aéreos del discurrir del grupo por parajes de inhóspita belleza, y el previsible hostigamiento al grupo; y si en aquella, eran unos caballeros negros al trote, en la que nos ocupa, se trata de unos malditos orcos, a cuyo jefe uno de los enanos, el descendiente directo del rey destronado al que se enfrentó en el pasado y le cortó un brazo, es el que busca ahora su venganza. La llegada al pueblo elfo de Rivendel, como en aquella,  actúa como balsámico descanso y sirve para tratar de desarrollar una estrategia o, al menos, subrayar los peligros de la aventura iniciada. Allí nos encontramos de nuevo con el mago Saruman (Christopher Lee), antes de pasarse al lado oscuro, al rey elfo Elrond (Hugo Weaving) y a la magnética reina Galadriel (Cate Blanchett). Son bazas seguras para terminar de atraer al díscolo espectador en pos de las formidables peripecias y retos que van a acontecer. Las aventuras se suceden sin tregua; horrendos contrincantes les salen al paso tratando de hacerles descarrilar de su empeño. Pero siempre el escurridizo buen mago Gandalf será una ayuda inestimable para evitar la destrucción de la causa, y del grupo, con lo que se abortarían las dos entregas con fecha de estreno prevista para los años venideros. Y sale al paso algún pintoresco personaje, como ese mago asocial del bosque. En la recta final asistimos también a un duelo a muerte entre los supuestos líderes de los dos grupos confrontados. Y si allí el desenlace era más funesto, suponiendo la muerte del caballero Boromir (Sean Bean), aquí se ha edulcorado ya que la aparición de unas águilas fantásticas logran socorrer al grupo para sacarle del atolladero en que estaban metidos. Y también, el primer título de cada saga termina dejándonos la miel en los labios, justo cuando el grupo se halla más cohesionado que nunca por las tribulaciones pasadas y el espectador ha conseguido identificarse con los héroes de la función, en particular el reticente hobbitt Bilbo Bolsón, cubierto por el actor Martin Freeman, que nada tiene que envidiar e incluso supera la interpretación de Elijah Wood como su sobrino Frodo en la saga anterior. O el aguerrido enano Thorin (Richard Armitage), llamado a capitanear el resurgir de su raza, emulando al desposeído Aragorn (Viggo Mortensen) de la anterior. Por su parte, los malos están algo más difuminados. Mención aparte merece la afortunada secuencia del encuentro entre Bilbo y Gollum, el finado poseedor del anillo, perfecto equilibrio entre dramatismo y comedia y que está a la altura de los mejores pasajes de la saga precedente.
La película entonces, aunque es una entretenida y solvente aventura en la línea de la saga anterior, no consigue librarse de la alargada sombra de su predecesora, con quien comparte análoga estructura narrativa, invocando al fantasma de la repetición y el posible hastío, pero además adolece de una menor enjundia en cuanto a su nómina de personajes, un tono épico menos acusado y vital para el repunte de la función, quizás porque el original literario del que parte, tiene menor calado que la posterior trilogía, obra maestra que consagraría a su autor, de tal forma que si en aquella ocasión la adaptación fílmica tenía que descontar bastantes pasajes del enorme material literario del que bebía, en esta ocasión la película es una más libérrima y estirada adaptación de la base de la que parte. En resumen, esta primera entrega de la nueva saga nos deja cierto balance agridulce entre el sano entretenimiento y nuestra resistencia a ser moneda de cambio en el enésimo intento de copar salas y ejercicio del marketing subsiguiente de una fórmula ya conocida.

 
Calificación: 2.

martes, 25 de diciembre de 2012

Una pistola en cada mano (Cesc Gay, 2012)

 


Hombres al borde del ataque de nervios
La sexta película del director y guionista barcelonés Cesc Gay (1967) es una comedia coral estructurada en cinco capítulos independientes más uno que actúa de cierre y posdata común. En el primero, protagonizado por Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia, en que dos antiguos compañeros de estudios se encuentran en la entrada de un edificio tras un largo tiempo sin verse y comentan su vida en el hall del mismo esperando que la lluvia escampe, tiene un aliento tragicómico, que entronca con su anterior película coral, ‘En la ciudad’ (2003), también coescrita, como la que nos ocupa, junto a su colega Tomás Aragay, y sirve de introducción al tono más abiertamente cómico de los episodios posteriores. El segundo,  protagonizado por Clara Segura y Javier Cámara, tiene lugar en el domicilio ex-conyugal con ocasión de la devolución a la ex-cónyuge del hijo común; el tono es de comedia bufa, un tanto histriónico, y, a mi juicio, el de menor interés, un tanto predecible, como apunta el manido gag final de la rotura de la caja con los objetos del ex-marido cayendo en plena calle. En el tercero, protagonizado por Ricardo Darín y Luis Tosar, donde dos desconocidos interactúan por un azar próximo al de ‘101 dálmatas’ en un parque público para encontrar un nexo común, es el capítulo más próximo a la comedia con toques de sainete, de absurdo surrealista. El cuarto bloque es el turno de Candela Peña y Eduardo Noriega, que dan vida a dos trabajadores que viven un escarceo frustrado al fin de su jornada laboral, y supone un punto de inflexión en la cinta hacia cotas más decididamente cómicas, invitando, incluso, a la carcajada incontenible. El quinto episodio es el protagonizado por Leonor Watling y Alberto San Juan, por un lado, y Cayetana Guillén Cuervo y Jordi Mollà, por el otro; podría tratarse, como los anteriores, de un corto independiente del resto, aunque en este, en un giro que rompe el aparente estatismo y dialéctica bis a bis que había presidido los pasajes anteriores, pues aquí, dos parejas se intercambian y los miembros masculinos, que parecen ser íntimos amigos, interactúan con la respectiva del otro, alternándose los escenarios, ya que unos se encuentran esporádicamente en un parking y deciden ir juntos en coche a la fiesta a la que ambas parejas han sido invitadas, mientras la otra pareja, va de paseo, combinándose ambos escenarios y sendos diálogos presididos por el otro ausente, en una dinámica elíptica que culmina con un impagable plano donde, una vez ambas parejas ya reunidas en el rellano del ascensor suben por turnos, los amigos esperan con cierto estupor el ascensor que conduce al piso de la fiesta. Por último, un pasaje a modo de epílogo cierra esta estupenda película , donde varios de los protagonistas masculinos de los episodios anteriores, esos personajes inmersos en la zozobra de una madurez cuarentona,  que han expuesto sus miedos, sus deseos, debilidades, sus mentiras, su hipocresía, resultan conocerse, y lidian en la cocina con los preparativos de la mencionada fiesta.

La puesta en escena de estas ‘set pieces’ cuasi teatrales, en las que 2 personajes interactúan en escenarios urbanos, está resuelta con los mínimos aditamentos escénicos y musicales, dominando las secuencias los planos cortos y medios a modo de ejercicios interpretativos donde los personajes tienen la oportunidad de explayarse.
El resultado es muy disfrutable y tiene la virtud de dejarnos un buen sabor de boca aunque los avatares que nos ha contado no sean precisamente agradables. Además, como si de un buen thriller se tratase, va graduando su tono, cómico eso sí, conforme discurren los diferentes episodios desde el primero, presidido por un tono más neutro y agridulce, in crescendo hasta la ‘fiesta’ final, con el enfoque puesto en las relaciones de pareja como denominador común, y, como toda comedia que se precie, es un espejo privilegiado de las más hondas miserias humanas. Espíritu wilderiano, o, más en términos actuales, más Solondz que Apatow, que digamos.


Calificación: 3.

domingo, 4 de noviembre de 2012

jueves, 18 de octubre de 2012

Blancanieves (Pablo Berger, 2012)

 

Ver Crítica.

Calificación: 4.

lunes, 27 de agosto de 2012

The hunted (William Friedkin, 2003)



Considero vano malgastar el tiempo escaso en reseñar películas mediocres o que no aporten nada al espectador, y mucho más, ensañarse con las malas, pero voy a encarar este humilde comentario con el sólo propósito de señalar lo que considero un rotundo ejemplo de como al menos una buena dirección puede salvar los trastos y convertir la enésima hollymemez (término que solía usar el estimable crítico Ángel Fernández Santos) , pergeñada en base al presumible tirón taquillero de dos actores consolidados como son Tomy Lee Jones y Benicio del Toro,  con un guión ‘alucinante’, puro material de derribo, en un filme visible y disfrutable, aunque con no pocos reparos.
La trama es la típica historia de la persecución continua a que se somete a un soldado de élite del ejército norteamericano, al que interpreta Del Toro, que ha perdido la chaveta, al parecer por las cruentas guerrillas y operaciones en las que ha participado, y, persiguiendo no se sabe qué dudoso principio, se propone una cruzada contra el género humano aplicando ‘su’ justicia universal. Y para desfacer tal entuerto, la poli, los federales y hasta el ejército, recurren al que fuera su antiguo instructor, obviamente ese rol de sabia madurez que aporta el bueno de Tomy Lee, que, curiosamente, en ese mismo año 1993 recibió el oscar por el papel de  perseverante Marshall también perseguidor de un presunto asesino, que interpretaba Harrison Ford, en ‘El fugitivo’ –The fugitive (Andrew Davis)-, papeles muy lucrativos con los que a buen seguro sacaría adelante su proyecto de opera prima, ‘Los tres entierros de Melquiades Estrada’ (2005).

Ósea que algún oportunista magnate hollywoodiense intenta hacer caja a partir de un guión (a la sazón, escrito por los propios productores, los hermanos Griffiths) que intenta colar una trama delirante por ese tamiz de un supuesto pacifismo ecologista, algo así como un coctel de, salvando las distancias, ‘Bowling for Columbine’ (Michael Moore, 2002) y, sin salvarlas tanto, de 'Rambo' (Ted Kotcheff, 1982); mezclar churras con merinas, vamos. Un planteamiento que sólo un avezado artesano como William Friedkin, con una carrera sumergida en el mundo televisivo donde había comenzado a trabajar en los 60 y al que había vuelto desde mediados de los 80, después de haber dirigido grandes éxitos setenteros como ‘The french connection’ (1971) o ‘El exorcista’ (1973), entre otros muchos, es capaz de salvar con una puesta en escena ágil y resolutiva al servicio de los referidos actores, cuyas correrías, poses y devaneos, acaparan por completo una función, que, en otras manos, hubiera deparado resultados mucho menos defendibles.

 
Calificación: 1.

sábado, 25 de agosto de 2012

Prometheus (Ridley Scott, 2012)



Esta película es, esencialmente, una revisión actualizada de ‘Alien, el octavo pasajero’ (1979), un clásico referente del cine de ciencia-ficción, que iba más allá de la simple aventura de espectáculo extraterrestre, donde las aportaciones de reconocidos profesionales como los diseños de H R Giger y J Giraud ‘Moebius’, o los bichos de Carlo Rambaldi, entre otros, crearon una tan sugerente como malsana atmósfera para cubrir las limitaciones visuales de su tiempo, sembrando una desconcertante oscuridad, que conferían al filme algo de cine negro galáctico.

En la cinta que nos ocupa, el productor y director Ridley Scott hace algo que ya hemos visto recientemente en otra secuela-precuela de saga, en su contemporánea ‘The amazing Spider-Man’ (Marc Webb, 2012), donde parece necesario ‘volver a empezar’ para recuperar. Por cierto, algún sociólogo cultural debería tratar de analizar el porqué de esta obstinación cinematográfica actual por la ‘marcha atrás’ en estas sagas contemporáneas y de si hay algo ‘más allá’ del simple objetivo mercantilista de ampliar la senda de beneficios de empresas previsiblemente caducas. Para esta ‘reconversión industrial’, el guión de Jon Spaihts y Damon Lindelof, esgrime un argumento arqueológico, junto al propiamente fantástico, en los momentos iniciales de la cinta que sirven de prólogo a la posterior aventura. El discreto mac-guffin de unas señales desconocidas de otro planeta que había motivado el viaje de la nave Nostromo en ‘Alien’ se sustituye ahora por una expedición de al parecer mayor enjundia que dota la película de un aura existencialista, como si el bueno de Scott hubiera sometido a su equipo a unos visionados  de ‘El árbol de la vida’ –The tree of life (Terence Malick, 2011)– antes de iniciar cada sesión de rodaje. Además, Prometheus no es una cinta de trepidante espectáculo como en el resto de secuelas de la saga, sino que hay una especie de comedimiento, de frialdad (no en vano los exteriores del filme fueron rodados en Islandia), de freno o distancia, de falta de tensión salvo en la recta final del filme, incapaz de emular las conseguidas secuencias telúricas (VHS vs. HD, quizás) y las cotas de epidérmico horror gótico conseguidas en la predecesora. De la asunción de si esa idea de dotar la cinta de una trascendencia mayor y la delgada línea que separa la verdad o el oportunismo reduccionista dependerá que la pelotita caiga a un lado u otro de la red, de considerar este trabajo como algo más que el rotundo entretenimiento obra de un experimentado artesano que revive una saga lista para dar futuros réditos de taquilla o una obra de superior calado. Nosotros quizás estamos más en lo primero.

Hablábamos de similitudes, que son muchas, y volvemos a la consideración de si jugamos a un lado o a otro de la línea aunque sobra aclarar que toda precuela que se precie ha de tener conexiones apreciables con la/las películas a las que está introduciendo. Lo veremos.

Así el guión, decíamos, se apuntala en parecidas premisas a las de su predecesora; de inicio un sugerente viaje interespacial y la llegada a un planeta desconocido seguramente poblado de ocultas amenazas que, desde que el cine es aventura, vimos ya con el viaje de ‘La diligencia’ –Stagecoach (John Ford, 1939)– por las praderas americanas infestadas de indios. Y la llegada supone el despertar de la tripulación. En la tripulación no hay un tipo tan cachondo como el médico borracho que componía el gran Thomas Mitchell en el mentado western. Aquí son más serios; tan sólo algún operario esquirol en busca del vil lucro, siguiendo un principio económico tan actual.

Tenemos el celebrado androide, encarnado por un solvente Michael Fassbender, esta vez una especie de C3PO de carne y hueso, un apocado maniquí que, en vez de ‘soñar con ovejas eléctricas’, no deja de estudiar cual alumno aplicado durante las primeras secuencias que transcurren en la nave. Menos mal que vemos como manipula y cuida el plácido sueño de la viajera tripulación para que no lo confundamos con aquel náufrago aburrido a la manera que el astronauta solitario de ‘Naves misteriosas’ –Silent running (Douglas Trumbull, 1972)–. Simpático el detalle de querer parecerse al Peter O’Toole de ‘Lawrence de Arabia’, que no al Glenn Ford de Gilda, como curiosa nota homo y metanarrativa del poder del cine como sugerencia y estilo de vida para las viejas generaciones, algo hoy ya muy difuminado por el continuo ametrallamiento globalizador al que se nos somete hoy en día. Y nos volvemos a encontrar con los viejos debates existenciales de este tipo de ingenios humanos ya visto en, esa sí, absoluta obra maestra, la posterior 'Blade Runner' (1982), del director inglés. Así no es vano el detalle de guión por el que el finado es una creación de la misma Corporación Weyland de aquella. Y de paso, se atribuye el papel de malo-bueno o el bueno-malo de la tripulación, como aquella del Nostromo, según se mire.  Y ese maldito rictus benevolente de su rostro, que afortunadamente se torna en preocupación ya en las últimas y funestas secuencias para la expedición.
Tenemos también tripulante y sagaz fémina capaz de emular a la trepidante suboficial Ripley-Weaver, buen trabajo de Noomi Rapace, aunque da la impresión, como toda la película, de seguir una línea ya vista.

Y otro ‘parto galáctico’, nunca mejor dicho, como uno de los platos fuertes de la función. Como detalle para la posteridad cultural y científica quedará esa máquina/gadget quirúrgico que los espectadores verán. Tenemos otro malo, el jefe de la expedición, siempre cobardica, encarnado en una tan fría como sugerente Charlize Theron, valedora de los principios de la Corporación. Y una tripulación con el bueno de color y otros mercenarios descreídos como ya vimos. Y las puñeteras lucecitas rojas que se adentran por desconocidos vericuetos, eso sí, actualizadas con los últimos alardes infográficos.

 
Calificación: 2.

martes, 21 de agosto de 2012

sábado, 18 de agosto de 2012

Brave (B. Chapman, M. Andrews y S. Purcell, 2012)



Es una nueva demostración de la solvencia y pericia técnica de la factoría Pixar para facturar películas familiares de dibujos animados capaces de arrebatar el éxito a los hits convencionales con los que compite sin vergüenza.

De hecho, hay en esta muy disfrutable película, crónica de la vida hasta su adolescencia de la joven princesa Merida, heredera de uno de los reinos del Medioevo en lo que vendría a ser el pretérito Reino Unido, momentos cómicos y de puesta en escena tan solventes que hacen palidecer a la mayor parte de la mediocridad que puebla nuestras carteleras. Estoy pensando, por ejemplo, en la escena que transcurre en la hostil sala de homenajes del castillo con la frágil Merida tratando de convencer a los clanes, que tercamente se disputan su preciada mano, siguiendo las instrucciones de su madre oculta.

Sobre el mensaje que suele acompañar a los títulos de la Disney, señalemos que se vislumbra un ‘tufillo’ de superación ‘feminista’, pues el filme narra la odisea de la princesa en un mundo gobernado por palurdos que tratan de imponerle el matrimonio de conveniencia, y, sobre todo, una loa a la maternidad, ampliamente entendida, conque las cabezas pensantes de la Pixar parecen querer homenajear a sus tiernas madres. No podemos dejar pasar tampoco una referencia a la casa matriz, en la secuencia de la competición de tiro con arco para disputarse la mano de la princesa, donde se autohomenajea el Robin Hood versión Disney de 1973.

Y, hablando de más tributos y legados, entendiéndolos, eso sí, en positivo, la última película Pixar es un homenaje a los valores y signos distintivos del cine de animación del genio Hayao Miyazaki, por quien los creadores de la productora norteamericana sienten reconocida veneración; ese canto a la Naturaleza, a los personajes femeninos, sean heroínas, madres, y hasta brujas, tan bellamente retratados en la obra del maestro japonés, de la que esta película, escrita y dirigida por Brenda Chapman, Mark Andrews y Steve Purcell, no le va a la zaga.


Calificación: 3.

domingo, 27 de mayo de 2012

Si quiero silbar, silbo (F. Serban, 2010)



La tercera película del productor, director y guionista Florin Serban (Rumania, 1975), que dirigió en 2010, llega ahora a nuestras pantallas respondiendo al interés de crítica y público que el reciente cine rumano despierta. Y en el caso de este joven cineasta formado como realizador en New York, diremos que responde a las expectativas.

La cinta es un drama protagonizado por Silviu (George Pistereanu), un delincuente juvenil que se encuentra encerrado en una cárcel reformatorio a la espera de su ya muy cercana libertad. La visita de su hermano pequeño y la madre venida del extranjero, la presión acuciante a que le someten el resto de internos, que amenaza con minar su acreditado buen comportamiento, y la presencia de una joven entrevistadora que realiza prácticas con los reclusos, van a desatar los acontecimientos.
Cine de acento realista, de planteamiento cuasidocumental, género practicado por el realizador en su etapa de formación, de cámara al hombro, y de raigambre social, como el practicado por sus compañeros de generación, marcas de la casa, incluso, escorado al feísmo que proporciona la fotografía granulada. Aquí el escenario poco amable de un ambiente urbano grisáceo y deprimido, gélido, es sustituido por la lobreguez del centro penitenciario. Y como en otros filmes vecinos, algo de luz al final del túnel; la violenta actuación desatada al final por Silviu y su descabellada propuesta es una invitación a la esperanza en la redención humana. Un atisbo de belleza para esta tan sugerente como descarnada propuesta de Florin Serban.


Calificación: 3.

Los vengadores (J. Whedon, 2012)




Sexo, ¡mentira!, y fintas de super-héroes
La película es una adaptación del comic de Marvel, que vió la luz en 1963 de la mano del historiestista Stan Lee y el dibujante Jack Kirby, y reunía inicialmente a lo más granado de los superhéroes de la casa, Hulk, Thor, Iron Man, Henry Pym  y La Avispa, a los que, poco más tarde y en subsiguientes aventuras, se unirían el Capitán América, Ojo de Halcón o La Viuda Negra, entre otros muchos.

El productor, guionista y realizador curtido principalmente en el mundo de la televisión, Joss Whedon (New York, 1964), dirige su propio guión sobre la reunión de varios de los personajes antes mencionados a quienes convoca Nick Furia, ese siniestro tuerto a quien da vida Samuel L. Jackson y que se deslizaba tras los títulos de crédito de los filmes más recientes dedicados a aquellos – ‘Capitán América: el primer vengador’ (Joe Johnston, 2011), ‘Thor’ (Kenneth Branagh, 2011) , ‘Iron Man 2’ (Jon Favreau, 2010) e ‘Iron Man’ (Jon Favreau, 2008) - , presagiando esta película, como consecuencia de una nueva amenaza llegada a la Tierra; Loki (Tom Hiddleston), el hermano de Thor, que, no harto de su derrota en aquella película, emprende un nuevo intento invasor pretendiendo someter nuestro planeta bajo su yugo maléfico.

La cinta resulta ser un mero fuego artificial que caduca a los pocos minutos de su visionado, lo que bien puede ocurrir mientras vaciamos nuestra vejiga que fue llenándose durante los 143 minutos de su duración, que, si bien no se hacen de rogar, puesto que aquella acumula los más diversos y sofisticados ingredientes como para cautivar nuestra atención durante el metraje, pero el resultado, salvando el eficaz entretenimiento, se evapora, como digo, cual humo tras los títulos finales. Y es que uno tiene sus días buenos y sus días malos, y hoy no era precisamente de estos últimos, y me he plantado en la sala del mejor humor para dejarme arrastrar por las peripecias de estos tipos fantásticos y a una hora algo intempestiva como para que las hordas de lenguaraces palomiteros no consigan joderme la película y no he tenido ningún altercado grave, que ya es difícil, salvo el ímpetu empeñado por un incipiente chavalín en añadir mayor realismo si cabe a las imágenes con las pataditas que durante el primer cuarto daba contra el respaldo de mi butaca hasta que me he dado la vuelta y le echado una mirada furibunda como la del tal Loki que ha aplacado el movimiento de sus extremidades.
Decía que el metraje se sujeta y sustenta en la acumulación de superpoderes, por las dotes prestidigitadoras que unos efectos especiales cada vez más perfectos y realistas, sin que la puesta en escena se enturbie demasiado, y es de agradecer, por el abuso del montaje acelerado que perjudique nuestra percepción de lo que con prisa y sin mucha pausa se proyecta en la pantalla.

Acabada la película siento la misma sensación ambivalente del ‘gato por liebre’ que tras contempar el segundo Iron Man; que esta Los vengadores carece de la originalidad o de la pegada de la primera película del héroe capitalista y vacilón a quien da vida Robert Downey Jr. , del tono romántico que tenía el Hulk de Louis Leterrier (2008), del toque épico-mitológico que tenía el Thor de Branagh,  a pesar de sus imperfecciones, o esa hazaña bélica que casi era, y muy disfrutable, el Capitán América de Johnston. Es como si para que el potente Madrid gane al pequeño Numancia, hubiera que someterle al miedo escénico de un Bernabeu repleto y encima ponerle al árbitro en contra y que expulse a un jugador soriano en los primeros minutos del partido; no es necesario. Desborde o no las taquillas, había más vida en ese reciente fracaso comercial que es ‘John Carter’.
Temas manidos como que ‘la unión hace la fuerza’ como principio vertebrador para levantar las suspicacias de un puñado de super-héroes con la mosca detrás de la oreja con ser manejados por un gobierno instalado en un clima de guerra fría y que no duda en soltar un misil nuclear en cuanto una amenaza extraplanetaria incordia Nueva York, hacen que el metraje navegue a la deriva en una suerte de acelerado déjà vu hasta su solución final sin que las escenas destilen la menor tensión ni amenaza hacia una resolución adversa a los intereses de los buenos, de esos formidables guardianes de la humanidad. Adicionalmente cabe reseñar que el elemento humano también aparece reducido a una masa inidentificable que grita y se desborda ante el ataque de los malos, pero aparece desfigurada, sin un punto de referencia que levante la menor sensación de empatía por el incierto destino del hombre; una apta calificación familiar deriva en una menor presencia de ‘daños colaterales’ en menosprecio de los (eso sí) cuantiosos daños materiales en mobiliario urbano que vendrá de perlas a la actual coyuntura crítica para incidir en la inversión y el empleo. Sólo las escenas iniciales, que ocupan el primer tercio del filme, donde presenciamos el tantas veces contemplado cinematográfico proceso de reclutamiento de unos héroes, otrora aclamados en las salas, ahora, perdidos en sus quehaceres cotidianos, tiene cierta garra.


Calificación: 1.

lunes, 7 de mayo de 2012

Cosas que no se olvidan (T. Solondz, 2001)



‘Storytelling’ en el original, es el cuarto largo escrito y dirigido por el director de New Jersey (USA) Todd Solondz.

La película se ha dividido en 2 partes; la primera, más corta, recibe el título de ‘Ficción’ y se centra en la vida de una pareja chico-chica de jóvenes universitarios y sus conflictos personales, puestos de manifiesto a tenor de su clase de creación artística, que imparte un siniestro y exigente profesor, mientras que la segunda, más larga, titulada ‘No ficción’, se recrea en el trabajo de un director amateur, que, tras diversos estados y trabajos al terminar su carrera, se enfrasca, como forma de redención personal,  en el rodaje de un documental sobre los hijos las familias norteamericanas de clase media que viven en los suburbios de las grandes ciudades como es el área de Jersey en la película y su posición ante el paso clave de finalizar el instituto y empezar la facultad. Se da la circunstancia de que una de estas familias, los Livingston, va a financiar la película convirtiéndose la misma en protagonista no sólo del documental sino de este capítulo, y, en especial, el hijo mayor, Scooby (Mark Webber), un chaval desnortado, carente de ilusión alguna, sin interés por cursar una carrera universitaria al que su padre (John Goodman) obliga a ello.
En cierto sentido, en la película, el primer capítulo sería el destino o resultado, el mundo universitario, que se ha sometido a debate en el segundo capítulo, el principal, de la cinta. Se inicia este capítulo con el personaje del director del dichoso documental, Toby Oxman (Paul Giamatti), con el que pretende abarcar todo el dilema personal y la trascendencia de esta etapa crucial sobre la elección del destino futuro de los jóvenes norteamericanos de clase media, el tipo, que mantiene una tan grotesca como gozosa conversación telefónica con una antigua compañera de instituto donde le relata sus desventuras pasadas y lo incierto del cumplimiento de sus expectativas juveniles, actúa como vertebrador de la trama. Y el chico se convierte en un trasunto del propio director que ve en aquel una repetición de su drama personal y apostaría, en un ‘juego’ metanarrativo, a que este director, en la ficción ‘no ficción’ es, a su vez, un trasunto del propio Solondz que pretende retratar lo incierto del trabajo del realizador de películas o el enfrentamiento del creador cinematográfico a escenario inesperados, como le ocurre al documentalista que en un pase de su filme ve como el público reacciona inesperadamente riéndose a carcajada limpia durante la proyección cuando lo que él ha pretendido reflejar es el drama de una determinada etapa que es su propio drama. Me pregunto si el propio Solondz no se habrá sentido sorprendido de igual modo cuando ha asistido al inesperado regocijo del público en cualquiera  proyección de alguno de sus filmes, pequeños relatos de las tragedias personales que afligen la vida de sus personajes, mitad comedia y mitad drama.

Todo ello mostrado aquí con una calculada, o a veces fría equidistancia, aminorada por momentos si cabe ‘humorísticos’, marca de la casa.

Calificación: 2.

Vacaciones en Roma (W. Wyler, 1953)



William Wyler (Mulhouse, Alemania, 1902 - Los Ángeles, 1981), afincado y nacionalizado en Estados Unidos, fue un director todo terreno que cultivó toda suerte de géneros, desde el drama, el policiaco, el western, etc.
Esta comedia romántica, un guión coescrito por Dalton Trumbo que obtuvo el Oscar, es la crónica, que a veces adopta el tono de un documental, de la visita a Roma de una joven heredera al trono de una monarquía europea. La princesa Anna, a quien da vida una actriz también nacida en el viejo continente, Audrey Hepburn, que debutaba con este papel en Hollywood y por el que obtuvo un Oscar que le catapultó a la fama, harta de las rigideces del protocolo y de las privaciones que le impone su rancio abolengo y, ávida de curiosidad, escapa de incógnito de palacio y vive, flor de un día, las mieles de la libertad. Estas peripecias se centran sobre todo en el contraste entre la feliz inocencia de la protagonista y la falta de escrúpulos de un periodista norteamericano, Joe Bradley (Gregory Peck), que, descubierta la identidad de la joven, busca una lucrativa exclusiva que le permita volver a su país.

El humor de Wyler, más blanco, menos caustico que el de su compatriota y colega Billy Wilder, acompaña, va haciendo guiños  al transcurso del relato, que se disfruta como  una sinfonía, como ese descubrimiento de los pequeños placeres , vedados para la joven protagonista, que conlleva la vida diaria, de la sana libertad: deambular sin destino por las calles de una Roma efervescente, degustar un gelati en la escalinata de la Piazza de España, cortarse el pelo atendido por un peculiar peluquero italiano, tomarse un café en una terraza, sumergirse entre el vertiginoso tráfico rodado de la ciudad en su vehículo fetiche -la vespa-, y culminar la passegiata al atardecer acudiendo al baile nocturno junto al Castelo de Santo Angelo.

La fotografía en blanco y negro contribuye a dotar de un fondo realista a esas secuencias del paisaje urbano romano, de sus rincones, sus cafés, sus patios, que parecen sacados de un filme neorrealista italiano. No en vano, la película fue rodada además de en los conocidos exteriores romanos, en Cinecitta.
La película se nutre de esa química fácil y a la vez mágica que se establece inmediatamente del tándem Peck-Hepburn. Y tiene una densidad desbordante, no puede ser más bonita ni tan triste a la vez.

Hay en la película un muy afortunado paralelismo, un descubrimiento mutuo, que culmina en esa secuencia final cuando Joe Bradley se resiste a abandonar la sala del fastuoso palacio donde ha tenido lugar la conferencia de prensa de despedida de la princesa Anna. Aquel se queda hasta el final, permanece alelado, cuando el resto de sus colegas ya ha abandonado el recinto; la inmensidad de la sala que recorre hacia la salida parece acrecentar su sentimiento de pequeñez y de incredulidad hacia las horas y momentos que acaba de vivir. Es la otra cara de la moneda, pues si para la princesa ha supuesto un descubrimiento de la ansiada libertad y de placeres previstos desde su enclaustramiento, en cambio para el curtido y descreído periodista, que se retira triste pero jubiloso por el fugaz amor conocido, supone un soplo de aire fresco, como de algo que creía extinguido. Pues, en cierto modo, Joe también ha redescubierto esos pequeños placeres ocultos tras el mundanal ruido bajo los ansiosos ojos de Anna. De forma que el renacimiento ha sido mutuo, no sólo por la incursión del inesperado amor, sino por el redescubrimiento de cosas que estaban ahí, vedadas para la una, y ocultos, olvidados, para el otro.
La contemplación de esta obra maestra del cine clásico americano de los años 50 es una delicia para el espíritu y compensa con creces el anacronismo que, visto ahora, nos pueda parecer la existencia tan peculiar de esas férreas monarquías europeas, cuya supuesta claustrofóbica cerrazón está en el origen que desata la trama. No pasarán muchos años para que, en una vuelta de tortilla, una actriz de Hollywood, Grace Kelly, se convierta en ilustre consorte de un monarca monegasco o ya en los últimas décadas del siglo pasado sus miembros, el de muchas otras monarquías europeas, se confundan con otros estamentos sociales y sus correrías sean aireadas por la prensa del corazón y amarillista.


Calificación: 5.

War Horse (S. Spielberg, 2011)



(Microcrítica)
Esta película es el Cine.


Calificación: 4.

domingo, 6 de mayo de 2012

John Carter (A. Stanton, 2012)



El norteamericano Andrew Stanton (Boston, 1965) es uno de los responsables del éxito de la factoría Pixar, habiendo producido, realizado y/o escrito títulos como ‘Bichos’ (A Bug's Life, 1998), ‘Buscando a Nemo’ (Finding Nemo, 2003), ‘WALL-E’ (2008) o la serie de ‘Toy story’, entre otros muchos.

Su primera incursión en el cine convencional, fuera del terreno de la animación, aunque no sin abandonar el cine comercial familiar como esta producción Disney, es una atractiva y trepidante película fantástica de aventuras planetarias. El guión, co-escrito por su colega en Pixar, Mark Andrews, Michael Chabon (‘Spiderman 2’) y el propio Stanton, está basado en la saga de aventuras marcianas que el prolífico escritor norteamericano Edgar Rice Burroughs (1875-1950), un iluminado y genial cultivador del género de aventura fantástica, que retoma el testigo de Julio Verne al otro lado del Atlántico y que ganó fama mundial por ser el creador de Tarzán, centrada en el personaje de John Carter e iniciada con la novela que publicó en 1912, ‘Una princesa de Marte’.

La referencia literaria no es baladí ya que el propio escritor, un joven Edgar, es el personaje bisagra de la película, al ser citado con ocasión de la extraña muerte de su excéntrico tío, el intrépido aventurero John Carter, que empequeñece las gestas de un tal Indiana Jones, recibe en herencia, entre la más diversa fortuna, un diario cuyo relato en flashback motiva las magníficas peripecias mostradas en la película, hasta su decisivo papel en el desenlace final, feliz broche de tal magna aventura.

El filme es un abigarrado coctel donde tienen cabida toda suerte de eficaces ingredientes. Desde ese comentado y clásico formato de lectura de libro, tan presente en aventuras parecidas como La historia interminable –The neverending story (Wolfgang Petersen, 1984)– o La princesa prometida –The Princess Bride (Rob Reiner, 1987)–, un paseo por el escenario histórico del Boston de finales del XIX, el western de la caballería, los apaches y los buscadores de oro, el cine de aventuras galácticas, de planetas poblados por pintorescas razas y monstruos, y de historias de princesas obligadas al matrimonio contra su voluntad para saldar apestosas alianzas, incluyendo la tan necesaria como intrépida solución de detener dicha ceremonia ‘in extremis’; incluso, si me apuran, el peplum fantástico tipo Jason y los argonautas (Don Chaffey, 1963) que nuestros ancestros disfrutaban en concurridos cines de barrio, si bien los artesanales trucos de un concienzudo Ray Harryhausen han sido sustituidos aquí por los vistosos f/x de los estudios actuales.

En cuanto a los inconvenientes de la cinta, se echa de menos un enfoque más pulp de la función, algo de mala uva por aquí o un toque más exploit por allá; un ejemplo, la bella princesa Dejah Thoris (Lynn Collins) lejos de cultivar su lado neumático, es una aplicada hija científica empeñada en el estudio de un dichoso rayo para ponerlo al servicio de su maltratado pueblo. El malsano, aunque aminorado, toque Lynch en Dune (1984) hubiera venido de perlas. Pero se imponen las consabidas restricciones del cine para todos los públicos, aunque, a cambio, la eficaz dirección de Stanton urde un muy entretenido espectáculo, que remite a las historias clásicas de aventuras, y que resultan en un producto absolutamente disfrutable durante sus más de dos horas; polvo galáctico para socavar temporalmente nuestras mundanas preocupaciones, que es de lo que se trata.


Calificación: 2.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Canino (G. Lanthimos, 2009)



El tercer largometraje, ‘Kynodontas’ en el original, del director griego Giorgos Lanthimos (Atenas, 1973), quien también coescribe su guión, junto a Efthymis Filippou, ha gozado de cierto reconocimiento internacional a raíz de lograr el premio ‘Un certain regard’ en el Festival de Cannes de 2009 y la nominación al Oscar a la mejor película extranjera 2011.

Película sobre una familia donde el padre somete a su mujer y a su hijo y dos hijas ya talluditos a una especie de prisión o muerte en vida, completamente aislados del mundo exterior -sensación agudizada por ese plano recurrente en el filme de un lejano avión surcando los aires a muchos metros de distancia en el cielo- podría haberse encarado desde diferentes puntos de vista cinematográficas. El del melodrama, por ejemplo, aunque no es pertinente establecer culpables porque la cámara acompaña a los personajes, en sus cuartos, en el jardín, en un chapuzón en la piscina, en un marco siniestramente idílico, sin atisbar el menor intento de transmitir moralina alguna o de alinearse con tal o cual personaje. Porque en manos de Lanthimos la trama es mínima, es una forma de rodar bastante naif; minimal, contabilizamos sólo 6 personajes, los 5 miembros de una unidad familiar de 3 hijos adultos más una vigilante de seguridad de la fábrica donde trabaja el padre que visita la casa periódicamente, remunerada por éste, para follarse al hijo. Sin aditamento alguno, es un relato de lo absurdo, que apunta comedia pero lo deja en nausea, que nos retrotrae a parecido planteamiento de gente confinada en extrañas circunstancias como ‘El ángel exterminador’ (1962) de Luis Buñuel, donde lo inexplicable hace acto de presencia y es un protagonista más. Sólo al final, la hija mayor, acomete algo lo más parecido a salirse del guión establecido con el resultado tan poco halagüeño del fundido en negro. Tampoco recuerdo banda sonora musical alguna.
Conceptualmente, la puesta en escena apuesta por planos medios nunca cortos y nos depara algunas secuencias donde el plano corta las mismas cabezas de los actores acentuando una pretendida despersonalización de lo que nos está mostrando.

En Canino todo es lo que parece ser, si bien, tardamos un cierto tiempo en atisbar qué es lo que se nos quiere contar. Es un relato hiperrealista sobre una familia tronada que es como una isla, un microcosmos completamente alejado del resto del mundo. No acierto tampoco a plantear si Lanthimos se ha propuesto con este relato al revés de una familia contemporánea típica una crítica velada del rol de esta figura en la sociedad actual.
Canino es como ese folio afilado con el que te cortas al cogerlo y cuyo picor al principio despreciable se va tornando molesto en el transcurso del día. Sus secuencias van cobrando significado propio unos minutos después de haberlos contemplado e incluso unas horas después.


Calificación: 2.

Amanecer de los muertos (Z. Snyder, 2004)



La opera prima del realizador estadounidense Zack Snyder (Wisconsin, 1966), ‘Dawn of the dead’ en el original, es un muy afortunado remake del filme homónimo, titulado ‘Zombi’ en España, que el neoyorquino George A. Romero dirigió en 1978, diez años después de su debut con la seminal ‘La noche de los muertos vivientes’ (Night of the living dead).

El guión, obra de James Gunn, adaptando el original escrito por el propio Romero, tan sólo sigue las líneas troncales de su antecesor, como que en ambos la mayor parte de la acción transcurra en un centro comercial abandonado que los protagonistas usan como reducto mientras soportan el embate de los zombis. Salvando este referente, todo lo demás es diferente, si acaso la cinta que nos ocupa puede considerarse un homenaje a su precursora.

La cinta comienza de la mano del personaje de Ana (Sarah Polley), que concluye su jornada de enfermera en un hospital, vuelve a casa con su marido y a la mañana siguiente, sufre en sus propias carnes y las de su propia familia contagiada que una virulenta plaga de zombis asola la ciudad sin motivo ni explicación aparente. Huyendo entabla relación con otros personajes, como el policía Kenneth (Ving Rhames) y Michael (Jake Weber), que se ven obligados a guarecerse en el dichoso mall ante el empuje zombi. Allí, junto a los guardas de seguridad y otros huidos, resistirán y buscarán una vía de escape. 

Entre las diferencias más significativas con el precursor romero, las hordas zombis, dotadas de una velocidad inusitada, más propia de estos tiempos desbocados que padecemos y que hacen palidecer la rigidez propia del rigor mortis que limitaba a los primigenios y más clásicos zombis de Romero.

Pero este carácter animoso no implica que la cinta vaya a discurrir por los derroteros más propios del desbocado cine actual plagado de f/x sino, y esto es muy de agradecer, todo lo contrario ya que la cinta mantiene el regusto de cine B donde el omnipresente terror zombi está ahí fuera y precipita los acontecimientos pero tienen mayor enjundia las relaciones entre los propios humanos, pues el hombre es el peor enemigo de su especie y en un entorno hostil es donde estas pulsiones y desequilibrios humanos se hacen más patentes. Mínimos apuntes sociológicos sin mayores pretensiones ya que la cinta sobre todo es un muy disfrutable coctel de aventuras y correrías huyendo de la plagas zombis trufadas del desparpajo hemoglobínico a raudales que la ocasión merece.


Calificación: 3.

L. A. Confidential (C. Hanson, 1997)


El realizador norteamericano Curtis Hanson (Nevada, 1945) escribió y dirigió el guión adaptando la novela homónima que James Ellroy (L.A. , 1948) publicó en 1990. La película, de resultado sobresaliente, se estrenó en 1997 y vió menguado el reconocimiento de la industria por coincidir con el éxito del ‘Titanic’ de James Cameron.

Recuerdo la magnífica impresión que me dejó el visionado de este film noir  en el momento de su estreno y 15 años después vuelvo a revisar la cinta, que ya tocaba, compartiendo parecida sensación; en el periodo intermedio he leído la impagable obra del escritor californiano.

En plena eclosión del American way of life (el filme se abre con una introducción acerca del particular), con el glamour hollywoodiense como telón de fondo,  un crimen que sacude el ídilico escenario angelino, en el que se ve implicado un ex-policía borracho jubilado, bajo el que parece colear el consabido asunto de lucha de mafias en torno al control del tráfico de drogas, revuelve las entrañas de la brigada policial de la ciudad, que se precipita a su investigación y solución, revelando todos los juegos de poder entre sus miembros, en especial a raíz de la llegada al departamento de homicidios del prometedor teniente Edmund J. Exley (Guy Pearce), especie de marionetas al servicio de los intereses  de los jerarcas de turno, el capitán de la brigada o el fiscal de distrito.
Un escenario en que el crimen y la corrupción emponzoñan las entrañas de toda la estructura social desde lo más bajo a lo más alto, es el caldo de cultivo, tan del gusto del escritor californiano, para mostrarnos los debates internos, los desequilibrios de los personajes que lo pueblan. En esta ocasión, de los detectives de Los Ángeles -el oficial Wendell White, un frío y obsesivo tipo que a veces se pasa de la raya en su brutalidad, cosa que es utilizada por sus superiores; el complaciente Sargento Jack Vincennes (Kevin Spacey), un tipo sin valores que usa del puesto para traficar favores, asesorar a una exitoso folletín televisivo ambientado en el mundo policial o compinchado con Sid Hudgens (Danny DeVito), un reportero y fotógrafo sensacionalista que vive de la extorsión a peces gordos-, o Lynn Bracken, la prostituta, doble de Veronika Lake, interpretada por una Kim Basinger afortunadamente rescatada de los blockbuster ochenteros, o el capitán Dudley L. Smith (James Cromwell), o el fiscal de distrito Loew.

Todas estos tipos cuya semblanza está ampliamente desarrollada en la extensa e intensa novela, son aquí esquematizados y dosificados para que jueguen y ensamblen como perfectas piezas de relojería en un thriller policial que discurre con interés y amenidad crecientes, donde el espectador apenas tiene tiempo de asimilar la inequívoca información que se le brinda, casi al mismo tiempo que se le rebela a los audaces detectives White y Exley como resultado de sus pesquisas policiales, hasta el desquiciante desenlace final.
Para el recuerdo quedan secuencias memorables como el hábil interrogatorio a tres bandas que el agente Ed Exley somete a unos jóvenes negros detenidos como chivo expiatorio del crimen que ha puesto en danza a todo el departamento de policía de L. A.; casi todas las correrías del sargento White, prototipo del personaje perdedor y atormentado del universo del escritor californiano, particularmente las compartidas con Lynn incluidas las esperas dentro del coche aparcado junto al apartamento de ella. O un momento cómico, de descarga de la creciente tensión acumulada en el metraje, donde los agentes Vincennes y Exley interrogan al mafioso Stompanato y su pareja ‘Lana Turner’. 

‘L.A. confidential’ película supera con creces la dispersa adaptación de otra novela de Elroy que fue llevada al cine por Brian de Palma en 2006, ‘La dalia negra’, si bien literariamente esta me parezca más redonda que aquella.

Calificación: 4.

lunes, 9 de abril de 2012

Mientras duermes (J. Balagueró, 2011)




Calificación: 2.


domingo, 8 de abril de 2012

Los idus de marzo (G. Clooney, 2011)




Crónica de un desencanto

En la cuarta película que dirige el conocido actor norteamericano George Clooney (Kentucky,1961) sobre un guión que co-escribe junto al también actor y guionista de su anterior ‘Buenas noches, y buena suerte’ (2005) Grant Heslov, más Beau Willimon, vuelve al terreno del drama político como en la anteriormente referida.

Los idus (ides) eran días de buenos augurios según el calendario romano, lo que ocurría en determinados meses como Marzo, si bien la Historia los encumbró como protagonistas de la traición política más famosa, la que acabó con Julio César en el 44 a.C. , que luego dramatizaría Shakespeare en su obra trágica de 1599.

No llega tanta sangre al río en la película que nos ocupa que es la crónica de la evolución que sufre el personaje de Stephen Meyers (Ryan Gosling), joven prometedor asesor de campaña a las presidenciales USA del gobernador Morris (George Clooney), que transita de la más alta devoción hacia el político para el que trabaja, rayana en el enamoramiento, asiste a los habituales tejemanejes entre candidatos que comercian con los apoyos en uno u otro Estado a cambio de puestos futuros, es utilizado por los avezados jefes de campaña en sus guerras particulares, para terminar en la más amarga decepción. La vieja historia de la realidad que socava los principios hasta imponerse. El joven aprendiz convertido en una bestia salvaje a cambio de la decepción personal. La crónica de un duro aprendizaje. La consabida renuncia a los principios morales a cambio del logro personal, la amarga victoria. Y en el camino, la derrota de los débiles, de los menos fuertes, de los que no aguantaron el tirón, como la becaria Molly (Evan Rachel Wood), hija del magnate aliado Stearns, o el propio Stephen, que se ve en la segunda parte de la cinta asomado al más oscuro pozo del fracaso cual títere maniatado por los ultra-experimentados colegas tanto en el bando propio como en el contrario o ese cuarto poder, la prensa, encarnada por la periodista Ida (Marisa Tomei), que unas veces está de tu parte y otras es enemigo, tantas veces retratada en la mejor tradición del cine wilderiano o hawkasiano  .

Esta lucha dramática por el poder, con sus vicisitudes y entresijos, y sus consecuencias, podría haber ocurrido igualmente entre los ejecutivos trepas de una empresa o los gangsters de una banda mafiosa por hacerse con el control de la ciudad, pero aquí el terreno es el del thriller político, sin abandonar ese aire noir que lo tiene y mucho, agrio, acerca de lo que se cuece tras las bambalinas políticas y la autocrítica del mejor cine americano desde la mismísima ‘Caballero sin espada’ (Mr. Smith Goes to Washington, Frank Capra, 1939).

En esta película, eficazmente expuesto, bien dosificado, punteado por las sólidas interpretaciones de Philip Seymour Hoffman, que interpreta a Paul Zara, el jefe de campaña del candidato Morris y mentor de Stephen, o Paul Giamatti, antagonista de Paul como jefe de campaña del otro candidato demócrata, Tom Duffi, o el propio Clooney, más en un papel secundario o icónico, como Gobernador Morris, candidato demócrata y aspirante a futuro presidente.

Todo ello en plena campaña electoral para las presidenciales de 2012 y en la misma semana que el propio Clooney se hace arrestar por su activismo político frente a la embajada de Sudán en Washington por llamar la atención pública sobre el conflicto de ese país africano y la de sus refugiados.


Calificación: 3.

sábado, 7 de abril de 2012

Contagio (S. Soderbergh, 2011)


El film número 25 en la atípicamente prolífica carrera del productor, director y guionista norteamericano Steven Soderbergh (Georgia, 1965) es un interesante y trepidante thriller en forma de crónica cuasi-periodística sobre la aparición, seguimiento y propagación mundial, la epopeya de la investigación médica y obtención de la consabida vacuna, su aplicación en la población y desenlace, si bien, el film, paradójicamente, nos reserva la resolución del enigma acerca del origen del virus para la secuencia final, cuando ya poco parece importarnos.

Es un ejercicio fílmico muy particular ya que, si bien en otras ocasiones el cine ha abordado parecidas historias desde un punto de vista tremendista y grandilocuente, con grandes presupuestos, hasta crear un subgénero propio, el de grandes desastres, cuyos títulos, ya desde los años 70, están en la mente de todos, la presente, muy al contrario, aborda la historia desde esta perspectiva, de cine claramente ‘B’ -he pensado en ‘La amenaza de Andrómeda’ (The Andomeda strain, Robert Wise, 1971)- sin que el alcance global y la gravedad de la situación planteada hacen que el resultado mostrado se resienta porque el guión de Scott Z. Burns sabe manejar y dosificar con gran soltura la doble perspectiva particular y general, sabe ir de lo pequeño, el nacimiento o foco del contagio, hasta lo general y su rápida expansión y contagio a nivel mundial. Y por el camino, se desparraman las vivencias individuales de los protagonistas, sus barrios, sus comunidades.

Es una película de montaje, de laboratorio, donde asistimos a los acontecimientos casi como si estuviéramos viendo un reportaje televisivo, donde las secuencias comienzan con el número del día desde que el contagio empezó, en una suerte de cuenta hacia adelante. Y la participación de los protagonistas, algunos de relumbrón, en ese mecanismo bien engrasado de la película es muy disperso y secuencial, siendo en algunos casos lo más parecido a un cameo.


Calificación: 2.

martes, 3 de abril de 2012

La vida en tiempos de guerra (T. Solondz, 2009)


Esta película dramática, escrita y dirigida por el norteamericano Todd Solondz, ‘Life during wartime’ en el original, es la continuación de su anterior filme ‘Happiness’ (1998).
No obstante, esta cinta puede contemplarse como un filme independiente donde, curiosamente, son rescatados los personajes de aquella desempeñando idénticos roles pero interpretados por actores fundamentalmente diferentes. Y, de nuevo, los avatares que sufren unos personajes unidos por un vínculo familiar, principalmente, tres hermanas: la mayor, Joy (Ally Sheedy), que abre la cinta, en una secuencia de restaurante idéntica a la apertura de Happiness, con problemas en su actual matrimonio y que escapa a Florida, lugar de residencia de sus otras hermanas; la mediana, Trish (Allison Janney), separada de un convicto por crímenes de violación pederasta, que acaba de conocer a un hombre maduro con el que planea rehacer su vida, y la tercera, la menor, Helen, una escritora reciclada a guionista de éxito. El resto de personajes convergen en los anteriores: el marido de Joy, un tipo desequilibrado y de oscuras prácticas que tomará el mismo camino fatal que su antiguo amante, el cual, no deja de aparecer, e, incluso, acosarla, en diferentes secuencias de la película; el exmarido de Trish, Bill (Ciarán Hinds), recién salido de la cárcel, que intenta un débil acercamiento a su antigua familia, si bien su único interés parece ser si su hijo ahora universitario padece sus misma orientación sexual luctuosa; por otra parte, el candidato a futuro marido, un divorciado de tendencias sionistas que alberga el proyecto de mudarse a Israel, y que convive con su tarado hijo adolescente; el hijo menor de Trish, Timmy, en pleno salto a la adolescencia, que sufre una especie de síndrome de Latimer al querer desempeñar el papel del cabeza de familia inexistente; o la mujer madura, interpretada por una fugaz Charlotte Rampling, predispuesta a la ácida suerte sentimental de bar, que tiene un encuentro nocturno con nuestro exreo, más preocupado por su destino económico.

Solondz establece un paralelismo claro entre su anterior film, pues ciertas situaciones se reproducen, se repiten, de un modo tragicómico, una década después. Un pasado omnipresente, auténtica espada de Damocles, que determina y condena la realidad cotidiana. Los personajes adultos insisten en la búsqueda del otro con resultados fatales, y los no adultos, en la búsqueda insatisfecha de respuestas. Y un denominador común, una de las palabras más mencionadas en los diálogos, el perdón y sus variantes, la necesidad de perdonar, quizás como vía para poder continuar. Todo ello aderezado por otros factores de la realidad que no estaban presentes a finales del siglo XX pero que han sucedido en la década transcurrida desde entonces, como la psicosis por la amenaza terrorista latente en la sociedad norteamericana actual.

Condicionado por el, a mi juicio muy notable, filme precursor, esta película nos parece claramente inferior. La balanza entre comedia y drama no está tan equilibrada como en el anterior, y en esta película, bascula claramente hacia el drama, hasta el punto que cuesta identificar el menor toque cómico, casi inapreciable en la cinta. La desesperanza, marca de la casa, que se abate sobre los personajes es aquí una realidad, un resultado, una depresión insalvable, el paisaje después de la batalla, parafraseando su título. La fotografía de Edward Lachman adquiere un tono saturado, como de negativo excesivamente quemado, casi onírico; es como un lugar de vacaciones en invierno, un verano nublado. La estructura decididamente coral de la precursora, con los ingredientes, los personajes y sus interrelaciones sabiamente dosificadas, aquí ha resultado aminorada, resulta más diáfana, aunque no de resultado más halagüeño. Esta película puede contemplarse como la peor resaca de la anterior, nada amigable. La infelicidad, la lucha contra la realidad en que se debatían los personajes de la precursora, ha arrojado este resultado; la claudicación, el desengaño, los rescoldos de la guerra. Solondz nos muestra en esta película los damnificados y los supervivientes, el resultado a través del tiempo de la agria realidad que con tan buen genio y dosis de imprescindible humor negro nos expuso en la primera. Es el postre de una cena triste, valga el símil por la gran cantidad de escenas del metraje que transcurren tras mesa y mantel, pasado de fecha. Despreciable, si se quiere.


Calificación: 1.

jueves, 29 de marzo de 2012

La mujer de negro (J. Watkins, 2012)


No es el momento de hacer un repaso histórico de los logros fílmicos de la Hammer Films de la que el estudioso interesado podrá consultar una vasta bibliografía acerca de la popular productora británica fundada a mediados de la tercera década del siglo XX por un emprendedor gallego. Sólo diré que es respuesta obligada de cualquier cinéfilo si le interrogaran acerca de productoras legendarias, referente del cine clásico del género fantástico y de terror, y, su retorno al escenario cinematográfico desde finales de la década pasada con un puñado de 5 títulos, es una auténtico placer para los amantes del género en general y en particular de las películas que realizaron en su edad de oro de las décadas de los 50 y 60 del siglo anterior.
La película que nos ocupa es una coproducción canadiense, sueca y británica donde el aludido estudio parece haber llevado la voz cantante.

Para más inri, el subgénero gótico, santo y seña de ‘la casa del terror’ inglesa, parece haber quedado algo apartado de la trayectoria evolutiva del cine fantaterrorífico de los últimos tiempos, centrado en alardes pirotécnicos que los altos presupuestos  y el uso de la infografía y la última tecnología en f/x que el amigo rico del otro lado del atlántico impone, y ha dejado reducido a las cenizas este tipo de cine más pausado y epidérmico que transcurre en mansiones apartadas, a las que se llega tras sortear no pocos inconvenientes geográficos y el malhumor de ingratos chóferes e, incluso, las reticencias de la poco hospitalaria población nativa, que se empeña en obstaculizar la tarea investigadora del recién llegado; ni qué decir de esas tristes y misteriosas moradas, donde el horror nos acompaña recorriendo los gélidos pasillos, sorteando recónditas telarañas o se esconde tras la puerta de oscuras estancias o se materializa en una sombra que nos contempla desde la ventana del piso superior; mansiones, como una protagonista más, cuyas puertas conducen a un exterior no menos ingrato, de bosques y cementerios ocultos por atmósferas neblinosas y borrascosas . Todo ello trufado por antiguas leyendas de aconteceres familiares de infausto recuerdo de los que haremos mejor en no preguntar, de tal forma que entre lo que nos cuenta algún díscolo lugareño y la historia investigada se abre un mudo pozo de misterios desconocidos.
Este escenario conocido y tantas veces disfrutado en las pantallas de un cine y que está en las bases de este género, parece haber sido olvidado, relegado en el baúl de los recuerdos cinematográficos, como decía, salvo contadas excepciones. Y aquí, sin ánimo de ser exhaustivo, encontramos, paradójicamente, abundantes referencias españolas , desde la más conocida ‘Los otros’ (Alejandro Amenábar, 2001), pasando por ‘La herencia Valdemar’ (José Luis Alemán, 2010), o, la muy notable Agnosia (Eugenio Mira, 2010), o muy escasas en el cine norteamericano actual; sólo puedo recordar ‘El hombre lobo’ (Joe Johnston, 2010). Pura coincidencia: la excepción que confirma la regla con este trío de títulos del mismo año.

Además, para esta ocasión, un misterio de clara influencia stokeriana, fuente que la Hammer explotó intensivamente y el popular personaje de Drácula y la mitología vampírica subsiguiente fue una de las sagas más célebres de la Casa, está en la base del relato. De manera que un joven abogado londinense, Arthur Kipps, interpretado por Daniel Radcliffe, el conocido intérprete de la saga Harry Potter, uno de los alicientes de la cinta, recibe el encargo de viajar a un pueblo apartado para vender la casa de un cliente que acaba de fallecer. Es curiosa  la inclusión de un detalle de coyuntura actual acerca del ambiente crítico que atenaza la situación laboral del protagonista que se ve obligado a acometer el difícil encargo so pena de despido. En cambio, si en la fuente aludida, era un abogado enamorado a punto de casarse, aquí al protagonista le aflige la muerte de su amada esposa al dar a luz a su único hijo, recuerdo que le persigue constantemente.
Contemplaremos los avatares, idas y venidas, investigaciones, persecuciones, y hasta el conocido chapuzón en las miasmas de las pútridas aguas de una insondable ciénaga, que sufrirá nuestro valiente protagonista, eficazmente interpretado por un Radcliffe, fogueado en este tipo de papel aunque con diferentes intenciones comerciales, y salvando las distancias, pues decide afrontar prácticamente solo, sin las pirotecnias acostumbradas ni más recursos que los puramente interpretativos o algún susto descarriado, los peligros que se le vienen encima. El detalle y desenlace de la cinta, basada en una novela homónima de la escritora británica Susan Hill, y desarrollados en el guión de su compatriota Jane Goldman -‘Kick Ass’ (2010), ‘X-Men: first class’ (2011)- y segundo largometraje del también guionista y director inglés James Watkins, iniciado en el género en su debut con el guión de la relativamente exitosa versión gore de ‘Gran Hermano’ que era ‘My little eye’ (2002) hasta la realización de su ópera prima, ‘Eden Lake’ (2008), es lo que queda para el sano disfrute de esa ahíta caterva de degustadores del género entre los que me encuentro y que a buen seguro disfrutaran con esta buena película sin más pretensiones que el puro entretenimiento de acompañar al personaje por esas desoladas y neblinosas marismas, perfectamente ambientadas, hasta llegar al descubrimiento final del misterio que encierra esta ‘mujer de negro’.

Calificación: 2.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Nacida para el mal (N. Ray, 1950)


Película sobre la ascensión y posterior caída de la típica buscavidas sin escrúpulos pero con piel de cordero, obsesionada por la fama, el poder y el dinero, ‘Born to be bad’ en el original, interpretada notablemente por Joan Fontaine, es una obra considerada menor dentro de la carrera de un referente del cine clásico norteamericano, su director, Nicholas Ray, a pesar de lo cual tiene potentes atributos que hacen su visionado muy disfrutable.
En particular, resulta muy afortunada la primera parte del metraje o de presentación de los personajes, donde se esboza ya la vil estrategia de la recién llegada Marianne Stuart, y su antagonista, el escritor Nick Bradley, interpretado por Robert Ryan, eficaz partenaire de la Fontaine, que va a sacar a relucir todas sus debilidades y contradicciones, y van a protagonizar las mejores secuencias de la cinta.

El filme es un drama, centrado en esta mujer maligna que parece manipular a todos a su antojo, pero con toques intergenéricos, pues tiene momentos de comedia, o más bien ironía, a la hora de abordar el ambiente un tanto ‘artificioso’ de la América de los 50, del mundillo editorial, la glamourosa rica burguesía, o la bohemia artística de San Francisco, como aquellos que protagoniza junto al pintor Gabriel 'Gobby' Broome, interpretado por un sofisticado y ‘pintoresco’ Mel Ferrer, ese personaje ambivalente que, ya desde el inicio de la peli, parece contemplar el escenario y los hechos desde una posición crítica y privilegiada, el único que se libra de los tejemanejes, y, muy al contrario, paradójicamente, ve como aumenta el valor del retrato que hace de la protagonista a medida que asistimos a su caída en desgracia. Ya en la segunda mitad del metraje, hay pinceladas melodramáticas que hacen avanzar la historia y es aquí donde el guión de Edith R. Sommer, en mi opinión, más se resiente.

No faltan esas escenas marca de la casa, con las pulsiones humanas a flor de piel y un halo de desbordante romanticismo, las secuencias a dos entre Fontaine, suerte de femme fatale, y Ryan, fotografiadas con el estimulante blanco y negro de Nicholas Musuraka, recuerdan a las mejores obras de cine negro del autor de ‘Rebelde sin causa’. Incluso, he detectado detalles de talante hitchcockiano a la hora de abordar determinados duelos interpretativos o en los rostros de los personajes que se debaten en este auténtico ‘thriller familiar’. O, también, esa impagable secuencia, que retrotrae a la comedia, cuando la protagonista es expulsada de la casa, tiene el aroma de ciertas memorables humoradas de Hawks o al Cukor de ‘Historias de Filadelfia’.
Parafraseando a Stanley Donen, que ansiaba ver a ciertos directores fuera de sus contextos habituales, y gustaba nombrar a un Hitchcock por ejemplo rodando un musical, este es un caso en que un director dramático habitual del policiaco y la serie negra, abandona su medio natural con resultados nada desdeñables.


Calificación: 2.

lunes, 12 de marzo de 2012

Soy leyenda (F. Lawrence, 2007)



La novela homónima, que el escritor norteamericano especializado en relato fantástico y de terror Richard Matheson (New Yersey, 1926) escribió en 1954, ha servido de inspiración a no pocas adaptaciones cinematográficas. Sin ánimo de ser exhaustivo, empezando con una película italiana, ‘L'ultimo uomo della Terra’ (Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964), protagonizada por Vincent Price, de la que el propio Matheson, bajo seudónimo, escribió el guión, pasando por la más conocida ‘El último hombre vivo’ (The Omega Man, Boris Sagal) que protagonizaba Charlton Heston en 1971, año en que nacía el realizador norteamericano de origen austriaco, Francis Lawrence, que dirigió en 2007 la que nos ocupa, sobre un guión de Akiva Goldsman, uno de los productores de la cinta, y Mark Protosevich, todas ellas se alejan ostensiblemente de una u otra forma del planteamiento de la novela original, las dramáticas desventuras del último hombre vivo en la ciudad de Los Ángeles que lucha con una plaga vampírica dominante, resultado de una guerra bacteriológica que ha asolado el planeta y que transmitía el espíritu de su época de la guerra fría, el miedo cerval a un desastre nuclear.

Particularmente, y aparte del detalle biográfico antes señalado, esta ‘Soy leyenda’ 2007 me parece más en la línea de su anterior adaptación fílmica que del original literario. En ambas, los protagonistas, campan a sus anchas a plena luz del día por la ciudad, lujo que el Robert Neville de Matheson no se podía permitir, conduciendo imponentes vehículos y yendo de rebajas sin esperar colas. Al maduro galán de los 70, el duro Heston, que ya había protagonizado en 1968 otro de los hitos de cine de ciencia-ficción, ‘El planeta de los simios’ (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner), le sustituye, en esta ocasión, el afro-americano Will Smith, que había protagonizado en 2004 la adaptación de la homónima novela de Isaac Asimov, ‘Yo, Robot’ (Alex Proyas), y que un año después al del presente filme, lo hará en ‘Hancock’ (Peter Berg, 2008), sobre un super-héroe alcohólico, en pleno frenesí del cine comercial estadounidense por superarse a sí mismo en la utilización de los últimos F/X al servicio de grandilocuentes historias en las que bien vale el recurso al referente literario o la superación de la secuela anterior. En ambas, como decía, el protagonista fue un militar en activo, pero en el que nos ocupa, un talante buenrollista preside los actos del finado en tierra de nadie, todo ello en aras de no perder la chaveta. Aquí, cuida de su perra, única superviviente familiar, con la que duerme como si fuera su pareja, vigilia que es caldo de cultivo para deslizarnos sibilinamente pasajes de su vida anterior antes del desastre.  Es un tipo que no ceja en la investigación en su bien pertrechado laboratorio del posible causante del virus que ha desatado la debacle en la raza humana. No bebe y gusta de escuchar música reggae, en particular del también legendario Bob Marley, del que en una secuencia de la peli, el personaje de Smith hace un alegato como insigne representante de la lucha por la libertad de los hombres sin mediar diferencias de razas, … , etc. , lo cual puede resultar chocante viniendo de un coronel del ejército de los USA. También, entre partida y partida de golf sobre la borda de un portaviones encallado en la bahía del Hudson o Upper New York, se dedica a radiar mensajes de ayuda o bienvenida a cualquiera de los (im)posibles supervivientes que por allí pasen.

También coincide con su antecesora en el malogrado final de sus respectivos protagonistas con paralela exégesis que facilite la huída de los consabidos supervivientes que aparecen en la última parte del metraje, como garantes de la supervivencia de la especie humana. Aunque aquí cabe señalar que de la versión estrenada en cines se rodó un final alternativo con diferente desenlace.

Existen diferencias respecto a la anterior versión; alguna ya se ha apuntado, el carácter abstemio de Smith frente a Heston, o, también, seguro que no imaginaríamos al duro actor que encarnó al Mío Cid imitando diálogos de ‘Blancanieves y los siete enanitos’ como el bueno de Smith hace con un pasaje de ‘Shreck’, como a buen seguro hacen muchos niños de la actualidad, producto de ese fenómeno sin fronteras que es el cine.

Sugerente e inquietante resulta la primera media hora de metraje desde los primeros planos de esa ciudad asilvestrada que mezclan lo inhóspito de una naturaleza que se va apoderando de la otrora poblada metrópolis, con las muy significativas manadas de ciervos que los efectos infográficos permiten campando a sus ancha por la ciudad y las calles soleadas aunque desiertas, llenas de trastos viejos. Esa primera parte del filme hasta que sepamos del horrorífico perfil de los tortuosos vecinos nocturnos que se esconden en sus sombras, a quienes  el protagonista está muy acostumbrado en la perfecta monotonía que preside sus días y que, a nosotros, aun tardarán unos minutos en revelársenos. Minutos en que la monstruosidad está en esa ciudad despoblada aunque no despejada y en la propia soledad del protagonista, como ya ocurriera en la desierta Gran Vía madrileña de ‘Abre los ojos’ (Alejandro Amenábar, 1997),  antes que en sus acechantes enemigos de la noche; tras culminar el día y bajar las persianas una nueva vida monstruosa se revela ahí fuera. El realizador sabe dosificar efectivamente estos ingredientes hasta el consabido festín de la parte final.

Calificación: 1 (de 5).