lunes, 9 de abril de 2012

Mientras duermes (J. Balagueró, 2011)




Calificación: 2.


domingo, 8 de abril de 2012

Los idus de marzo (G. Clooney, 2011)




Crónica de un desencanto

En la cuarta película que dirige el conocido actor norteamericano George Clooney (Kentucky,1961) sobre un guión que co-escribe junto al también actor y guionista de su anterior ‘Buenas noches, y buena suerte’ (2005) Grant Heslov, más Beau Willimon, vuelve al terreno del drama político como en la anteriormente referida.

Los idus (ides) eran días de buenos augurios según el calendario romano, lo que ocurría en determinados meses como Marzo, si bien la Historia los encumbró como protagonistas de la traición política más famosa, la que acabó con Julio César en el 44 a.C. , que luego dramatizaría Shakespeare en su obra trágica de 1599.

No llega tanta sangre al río en la película que nos ocupa que es la crónica de la evolución que sufre el personaje de Stephen Meyers (Ryan Gosling), joven prometedor asesor de campaña a las presidenciales USA del gobernador Morris (George Clooney), que transita de la más alta devoción hacia el político para el que trabaja, rayana en el enamoramiento, asiste a los habituales tejemanejes entre candidatos que comercian con los apoyos en uno u otro Estado a cambio de puestos futuros, es utilizado por los avezados jefes de campaña en sus guerras particulares, para terminar en la más amarga decepción. La vieja historia de la realidad que socava los principios hasta imponerse. El joven aprendiz convertido en una bestia salvaje a cambio de la decepción personal. La crónica de un duro aprendizaje. La consabida renuncia a los principios morales a cambio del logro personal, la amarga victoria. Y en el camino, la derrota de los débiles, de los menos fuertes, de los que no aguantaron el tirón, como la becaria Molly (Evan Rachel Wood), hija del magnate aliado Stearns, o el propio Stephen, que se ve en la segunda parte de la cinta asomado al más oscuro pozo del fracaso cual títere maniatado por los ultra-experimentados colegas tanto en el bando propio como en el contrario o ese cuarto poder, la prensa, encarnada por la periodista Ida (Marisa Tomei), que unas veces está de tu parte y otras es enemigo, tantas veces retratada en la mejor tradición del cine wilderiano o hawkasiano  .

Esta lucha dramática por el poder, con sus vicisitudes y entresijos, y sus consecuencias, podría haber ocurrido igualmente entre los ejecutivos trepas de una empresa o los gangsters de una banda mafiosa por hacerse con el control de la ciudad, pero aquí el terreno es el del thriller político, sin abandonar ese aire noir que lo tiene y mucho, agrio, acerca de lo que se cuece tras las bambalinas políticas y la autocrítica del mejor cine americano desde la mismísima ‘Caballero sin espada’ (Mr. Smith Goes to Washington, Frank Capra, 1939).

En esta película, eficazmente expuesto, bien dosificado, punteado por las sólidas interpretaciones de Philip Seymour Hoffman, que interpreta a Paul Zara, el jefe de campaña del candidato Morris y mentor de Stephen, o Paul Giamatti, antagonista de Paul como jefe de campaña del otro candidato demócrata, Tom Duffi, o el propio Clooney, más en un papel secundario o icónico, como Gobernador Morris, candidato demócrata y aspirante a futuro presidente.

Todo ello en plena campaña electoral para las presidenciales de 2012 y en la misma semana que el propio Clooney se hace arrestar por su activismo político frente a la embajada de Sudán en Washington por llamar la atención pública sobre el conflicto de ese país africano y la de sus refugiados.


Calificación: 3.

sábado, 7 de abril de 2012

Contagio (S. Soderbergh, 2011)


El film número 25 en la atípicamente prolífica carrera del productor, director y guionista norteamericano Steven Soderbergh (Georgia, 1965) es un interesante y trepidante thriller en forma de crónica cuasi-periodística sobre la aparición, seguimiento y propagación mundial, la epopeya de la investigación médica y obtención de la consabida vacuna, su aplicación en la población y desenlace, si bien, el film, paradójicamente, nos reserva la resolución del enigma acerca del origen del virus para la secuencia final, cuando ya poco parece importarnos.

Es un ejercicio fílmico muy particular ya que, si bien en otras ocasiones el cine ha abordado parecidas historias desde un punto de vista tremendista y grandilocuente, con grandes presupuestos, hasta crear un subgénero propio, el de grandes desastres, cuyos títulos, ya desde los años 70, están en la mente de todos, la presente, muy al contrario, aborda la historia desde esta perspectiva, de cine claramente ‘B’ -he pensado en ‘La amenaza de Andrómeda’ (The Andomeda strain, Robert Wise, 1971)- sin que el alcance global y la gravedad de la situación planteada hacen que el resultado mostrado se resienta porque el guión de Scott Z. Burns sabe manejar y dosificar con gran soltura la doble perspectiva particular y general, sabe ir de lo pequeño, el nacimiento o foco del contagio, hasta lo general y su rápida expansión y contagio a nivel mundial. Y por el camino, se desparraman las vivencias individuales de los protagonistas, sus barrios, sus comunidades.

Es una película de montaje, de laboratorio, donde asistimos a los acontecimientos casi como si estuviéramos viendo un reportaje televisivo, donde las secuencias comienzan con el número del día desde que el contagio empezó, en una suerte de cuenta hacia adelante. Y la participación de los protagonistas, algunos de relumbrón, en ese mecanismo bien engrasado de la película es muy disperso y secuencial, siendo en algunos casos lo más parecido a un cameo.


Calificación: 2.

martes, 3 de abril de 2012

La vida en tiempos de guerra (T. Solondz, 2009)


Esta película dramática, escrita y dirigida por el norteamericano Todd Solondz, ‘Life during wartime’ en el original, es la continuación de su anterior filme ‘Happiness’ (1998).
No obstante, esta cinta puede contemplarse como un filme independiente donde, curiosamente, son rescatados los personajes de aquella desempeñando idénticos roles pero interpretados por actores fundamentalmente diferentes. Y, de nuevo, los avatares que sufren unos personajes unidos por un vínculo familiar, principalmente, tres hermanas: la mayor, Joy (Ally Sheedy), que abre la cinta, en una secuencia de restaurante idéntica a la apertura de Happiness, con problemas en su actual matrimonio y que escapa a Florida, lugar de residencia de sus otras hermanas; la mediana, Trish (Allison Janney), separada de un convicto por crímenes de violación pederasta, que acaba de conocer a un hombre maduro con el que planea rehacer su vida, y la tercera, la menor, Helen, una escritora reciclada a guionista de éxito. El resto de personajes convergen en los anteriores: el marido de Joy, un tipo desequilibrado y de oscuras prácticas que tomará el mismo camino fatal que su antiguo amante, el cual, no deja de aparecer, e, incluso, acosarla, en diferentes secuencias de la película; el exmarido de Trish, Bill (Ciarán Hinds), recién salido de la cárcel, que intenta un débil acercamiento a su antigua familia, si bien su único interés parece ser si su hijo ahora universitario padece sus misma orientación sexual luctuosa; por otra parte, el candidato a futuro marido, un divorciado de tendencias sionistas que alberga el proyecto de mudarse a Israel, y que convive con su tarado hijo adolescente; el hijo menor de Trish, Timmy, en pleno salto a la adolescencia, que sufre una especie de síndrome de Latimer al querer desempeñar el papel del cabeza de familia inexistente; o la mujer madura, interpretada por una fugaz Charlotte Rampling, predispuesta a la ácida suerte sentimental de bar, que tiene un encuentro nocturno con nuestro exreo, más preocupado por su destino económico.

Solondz establece un paralelismo claro entre su anterior film, pues ciertas situaciones se reproducen, se repiten, de un modo tragicómico, una década después. Un pasado omnipresente, auténtica espada de Damocles, que determina y condena la realidad cotidiana. Los personajes adultos insisten en la búsqueda del otro con resultados fatales, y los no adultos, en la búsqueda insatisfecha de respuestas. Y un denominador común, una de las palabras más mencionadas en los diálogos, el perdón y sus variantes, la necesidad de perdonar, quizás como vía para poder continuar. Todo ello aderezado por otros factores de la realidad que no estaban presentes a finales del siglo XX pero que han sucedido en la década transcurrida desde entonces, como la psicosis por la amenaza terrorista latente en la sociedad norteamericana actual.

Condicionado por el, a mi juicio muy notable, filme precursor, esta película nos parece claramente inferior. La balanza entre comedia y drama no está tan equilibrada como en el anterior, y en esta película, bascula claramente hacia el drama, hasta el punto que cuesta identificar el menor toque cómico, casi inapreciable en la cinta. La desesperanza, marca de la casa, que se abate sobre los personajes es aquí una realidad, un resultado, una depresión insalvable, el paisaje después de la batalla, parafraseando su título. La fotografía de Edward Lachman adquiere un tono saturado, como de negativo excesivamente quemado, casi onírico; es como un lugar de vacaciones en invierno, un verano nublado. La estructura decididamente coral de la precursora, con los ingredientes, los personajes y sus interrelaciones sabiamente dosificadas, aquí ha resultado aminorada, resulta más diáfana, aunque no de resultado más halagüeño. Esta película puede contemplarse como la peor resaca de la anterior, nada amigable. La infelicidad, la lucha contra la realidad en que se debatían los personajes de la precursora, ha arrojado este resultado; la claudicación, el desengaño, los rescoldos de la guerra. Solondz nos muestra en esta película los damnificados y los supervivientes, el resultado a través del tiempo de la agria realidad que con tan buen genio y dosis de imprescindible humor negro nos expuso en la primera. Es el postre de una cena triste, valga el símil por la gran cantidad de escenas del metraje que transcurren tras mesa y mantel, pasado de fecha. Despreciable, si se quiere.


Calificación: 1.