martes, 28 de febrero de 2012

Historia de un detective (E. Dmytryk, 1945)



La adaptación de la segunda novela escrita por el norteamericano Raymond Chandler (1988-1959), ‘Adiós muñeca’ (Farrewell my lovely, 1940), primera incursión del legendario investigador privado Phillip Marlowe en la historia del cine, dirigida en 1945 por el canadiense hijo de emigrantes ucranianos y nacionalizado norteamericano Edward Dmytryk (1908-1999) para la RKO (‘Murder, my sweet’, en el original) sobre un guión de John Paxton, interpretada por el atípico actor Dick Powell, es una película destacable, realizada por un buen artesano (¡dirigió 37 largometrajes!) en plena edad de oro del cine clásico hollywodiense, y llena de sugerentes atractivos, vista 72 años después.

Cine negro, una historia de claroscuros con intriga policial, femme fatale incluida, y los avatares del típico detective encantado de haberse conocido a si mismo, es algo que ya hemos visto y, a buen seguro, seguiremos viendo, pero esta película tiene matices muy peculiares. Absolutamente nocturna; sucia, los pasillos del edificio donde está la oficina de Marlowe están llenos de basura; turbia, un bar desangelado e inhóspito aunque con algunos colonizadores de barra, una alcohólica rememorando viejos tiempos, el marido cornudo, la hija, celosa y con vocación de protectora de padres, interfiriendo y tratando de arreglar la situación; pero aun humana, la comprensión de Marlowe hacia el exconvicto enamorado y sonado.

Luego, muy poco después, veríamos más adaptaciones del popular detective chandleriano, como Bogart –El sueño eterno (The big sleep, 1945)–, Robert Montgomery –La dama del lago (Lady in the Lake, 1947)–, George Montgomery –La moneda trágica (The Brasher Doubloon,1947)–, pasando a los 70, con James Garner –Marlowe, detective muy privado (Marlowe,1969)–, Elliot Gould –El lardo adiós (The Long Goodbye, 1973)– o con el propio remake del filme que nos ocupa, realizado por Dick Richards y protagonizado por Robert Mitchum, que también haría lo propio con el correspondiente de El sueño eterno en 1978, e, incluso, ya en nuestros días, con un maduro James Caan –Poodle Springs (1998)–, o muy reivindicado por los Hermanos Cohen. Pero en esta ocasión, prácticamente en la adolescencia del cine, es todo un redescubrimiento.

La aportación de Powell al personaje le da un toque ambivalente, entre perverso y humorístico, muy apreciable. A retener esa escena, muy indicativa de lo comentado, donde Marlowe espera a la salida del apartamento de la chica-amorosa hija-cliente, e, incluso, futura amante, como se verá, y enciende una cerilla en una piedra, el plano se abre, es el culo de una pequeña estatua sobre una fuente, un cupido que le da la espalda pues apunta en sentido contrario, el detective al descubrirlo se sonríe, y el plano se abre ya completamente mientras la pareja se aleja por el otro lado del cuadro en sentido contrario al que apunta la flecha del angelito, con un significado muy paradigmático de lo que luego ocurrirá, cargado de esa ironía o humor negro que siembra el metraje.

Casi es el mismo filme visto otras muchas veces pero que es jodidamente distinto. Los diálogos, que deben mucho al original literario, sorprenden por su crudeza y lacerante ironía, poco sospechada en tiempos tan pretéritos. Sin duda esta es una de las obras más preclaras y más peculiares de ese género negro.

Vistas ahora, sólo chirrían esas escenas oníricas del Marlowe drogado y sedado o ese  final ‘made in Hollywood’, pero el resto es muy estimable.


Calificación: 3 (sobre 5).

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