Un director con Alma
La película, tras un preámbulo cómico, muy del gusto de la casa, como esas breves intervenciones del director inglés conque prologaba los episodios de la popular serie ‘Alfred Hitchcock presenta…’ (1955-1962), para reforzar esa idea de que vamos a ver puro cine dentro del cine, se inicia y cierra con parecidos momentos: la salida de la premiere de ‘Con la muerte en los talones’ (North by northwest, 1959) y la de otro estreno, el de ‘Psicosis’ (Psycho, 1960).
Pero no estamos ante un biopic al uso sobre de uno de los directores más mediáticos e influyentes de la historia del cine y, divago, resulta curioso como el cine no haya reparado tanto en su propia historia, la de mostrar la vida de sus mismísimos creadores. Tampoco es que lo haya hecho demasiado con algunas de sus rutilantes estrellas. Quizás porque prefieran mirar para otro lado, los guionistas no miran demasiado al ombligo del cine, salvo en abstracto, y ahí están ‘8 ½’ de Fellini, ‘La noche americana’ de Truffaut, o ‘El crepúsculo de los dioses’ de Billy Wilder, de entre unas cuantas. Pero no es el caso de sus directores históricos. La excepción que confirma la regla es quizás esa ‘Ed Wood’ (Tim Burton, 1994) sobre el tal psicotrónico autor, aunque sí lo ha hecho esporádicamente con algunos momentos puntuales y rodajes. Evitando la exhaustividad y la consulta, me vienen a la mente ‘Cazador blanco, corazón negro’ (White Hunter Black Heart, 1990) donde Clint Eastwood recreaba el rodaje de ‘La reina de África’ de John Huston, o ‘La sombra del vampiro’ (Shadow of the Vampire, Elias Merhige, 2000) donde la trama se centraba en el rodaje de ‘Nosferatu’ a cargo de F.W. Murnau.
‘Hitchcock’, segundo filme
dirigido por el británico Sacha Gervasi (Londres, 1966), guionista de ‘La
Terminal’ (Steven Spielberg, 2004), que había debutado en la realización a
finales de la década pasada con un documental sobre una banda de rock duro
canadiense, se parece a esas últimas, otra suerte de making-off cinematográfico. La historia se sitúa en un momento muy
concreto de la amplísima carrera de posiblemente uno de los directores de cine
más conocidos de todos los tiempos, sino el que más. Estamos en 1959 y Alfred
Hitchcock, llegado a la industria del cine norteamericano más de 15 años atrás,
convertido en rey midas de la época dorada del cine hollywoodiense de los
cuarenta y cincuenta después de haber entregado títulos clásicos como ‘La
ventana indiscreta’ (Rear window, 1954), ‘¿Quién mató a Harry?’ (The trouble
with Harry, 1956), ‘El hombre que sabía demasiado’ (The man who knew too much,
1956), o ‘De entre los muertos’ (Vertigo, 1958), se encuentra en una
encrucijada creativa, lo que la temida página en blanco supone para un
escritor: decidirse por un nuevo proyecto. Y la película combina perfectamente dos
mundos, el ámbito profesional del mundillo del cine, de la que la película es
un buen exponente, rodada en tono semidocumental, disciplina nada ajena a
Gervasi, de los procesos que rodean el alumbramiento y creación de una
película, desde la selección del argumento -en este caso la novela de Robert
Bloch, ‘Psycho’-, la contratación del guionista, los casting de actores, las arduas
sesiones de rodaje, las bambalinas, los estudios, las proyecciones y las
inquietudes de los productores, el no menos árido montaje, hasta el estreno. Y
el otro, el del universo personal, la intrahistoria de las personas que están
detrás, comenzando con el director, en primer plano, y su mujer, Alma Reville, aquella
montadora que conoció en los Estudios Islington en los primeros años veinte,
quien, desde los inicios de sus carreras en el cine de las islas, fue una
estrecha colaboradora suya a la par que amante esposa. Y, dentro de este
universo o substrato personal, la película nos muestra 2 temas muy
interesantes: uno, los dilemas del director, y en este caso concreto de
Hitchcock, un maestro en su profesión, pero ‘desconectado’ o desencantado de la
vida en general, cuyo único objetivo, aparte de su gusto en combatir su
ansiedad vital con recurrentes paseos a la cocina en busca de suculentos
manjares o al minibar en busca de esa copita, es el deseo irreversible de plantear
un nuevo hito, una película realmente moderna, rompedora, capaz de maniatar y sorprender
al espectador como máxima obsesión; el otro, la conjugación de estos anhelos
con su vida personal y su matrimonio. En este sentido, el protagonismo del
director se alterna con el de la olvidada y frágil Alma y, en este sentido, el
mensaje que la película pretende transmitir es una reivindicación clara del
papel de la Reville en la obra hitchcockiana, vital rol que el propio director
termina reconociendo en la secuencia final del filme. Si bien la bibliografía
hitchcockiana es amplísima y las referencias superarían el propósito y amplitud
de esta mera reseña crítica, seleccionamos, al azar, esta cita de Anne Baxter,
la actriz protagonista de ‘Yo confieso’ (I confess, 1952), con ocasión de un
incidente, el retraso de Alma en la vuelta a casa tras un paseo en coche de
ambas por la campiña canadiense durante el rodaje del mencionado: “Entonces
comprendí hasta qué punto dependía Hitchcock de su mujer y también que ella
disfrutaba de la situación. Él necesitaba estar con ella a la hora de cenar, y
ella no se había presentado. Yo me disculpé, pero él no me perdonó, y nuestra
relación quedó dañada para siempre”. (1)
Semejantes papeles son
interpretados por dos sobradas ‘bestias’ de la actuación como son un
perfectamente transformado Anthony Hopkins, que hace gala del peculiar
hieratismo del personaje que recrea, punteado por el peculiar acento cockney
del personaje real, y su partenaire, Helen Mirren, dando vida a la dedicada,
cuando no desdichada, esposa. Verlos es una delicia y muchas secuencias se
adentran en el terreno de la comedia desbordando mordacidad e ironía. El resto
del elenco es igualmente afortunado y efectivo; impagable resulta la secuencia
de la entrevista entre un bisoño Anthony Perkins (James D'Arcy) en el que
adivinamos muchos de los tics que luego veremos en la obra cumbre del thriller
terrorífico que protagonizaría; o esa indómita Scarlet Johanson emulando en la
humedad a Janet Leigh. Se hace
imprescindible, no obstante, además de haber visto la seminal ‘Psicosis’, ser
un estudioso de la obra y vida del orondo Alfred para asimilar y disfrutar
plenamente de la multitud de guiños y detalles repartidos por todo el metraje.
Película divertida y muy
cinéfila, justo tributo a uno de los iconos creativos del cine clásico, que
marcó la modernidad con sus filmes, como aquel cuyo proceso de gestación
protagoniza la película, y, más aun, al de su no tan conocida amante esposa,
imprescindible y profesional, Alma Reville.
(1)
‘Las damas de
Hitchcock’ (Donald Spoto, Ed. Lumen, 2008).
Calificación: 3.
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