La cuarta película
escrita y dirigida por el madrileño Daniel Sánchez Arévalo (1970) , la comedia
‘La gran familia española’, se vende aireando su espíritu cañí, al que su mismo
título alude, pero nada más lejos de la … ficción.
El filme se abre y cierra
con idénticos momentos, los títulos de crédito iniciales y el ‘the end’ final,
del lejano, ‘Siete novias para siete hermanos’ -Seven brides for seven brothers
(Stanley Donen, 1954)-, un musical menor que el propio y genial director
norteamericano despreciaba por sus evidentes decorados artificiales; aquel edulcorado
alegato del amor, el matrimonio y la familia, sirve para introducir un aliento
‘freaky’ en este otro escenario familiar, el de un padre separado (Hector
Colomé, que repite el papel de cabeza de familia que ya interpretó en la opera
prima del autor de ‘Gordos’) y sus cinco hijos, uno de los cuales, el menor,
Efraín (el joven y televisivo Patrick Criado, un acierto) , va a celebrar su
boda, suceso cuya jornada va a ocupar la mayor parte del metraje, justo el
mismo día y hora que la memorable final que daría el título mundial a la
selección española de fútbol.
El largometraje,
establece, pues, desde el inicio, distancias con la comedia sofisticada, que,
en época precedente, y de penurias futbolísticas, era esa ‘Familia’ (Fernando
León de Aranoa, 1996), puestos a identificar posibles vínculos temáticos en el
cine patrio. Tampoco Sánchez Arévalo recurre al amplio catálogo de recursos que
encierra el acervo berlanguiano, ni roza los excesos de un Álex de la Iglesia. Aunque
haya una cierta identificación de la película con el momento actual, además del
dichoso partido, pues hay un depresivo hermano en paro, Adán, un Antonio de la
Torre, omnipresente en la filmografía de Sánchez Arévalo, y un novio, fácilmente
categorizable en la categoría de nini,
diríase que el director madrileño se mueve en un mundo propio, ¿de comedia
agridulce?; despejada la indeterminación genérica de su estimulante opera
prima, Azul oscuro casi negro (2006), aquel drama urbano que contenía algún
buen momento risible, y más claramente escorado al terreno cómico, como en sus
dos obras posteriores, Gordos (2009) y Primos (2011), sobre todo en esta última, de forma que, paradójicamente,
su adscripción temática podría incluso estar más cerca de la comedia
norteamericana moderna. Vamos que hay más Apatow (véanse las secuencias con
importante presencia musical, como la de la ceremonia de boda, suerte de divertida
pasarela, como lo son, en la realidad, estas pintorescas circunstancias), no en
vano el director madrileño estudió cine en USA, que de Berlanga o Fernan-Gómez
en Sánchez Arévalo y esta película podría transcurrir en los alrededores de Londres,
París o el estado de New Jersey, pese a su muy definido título.
Los momentos de humor
grueso y brocha gorda brillan por su ausencia, siendo especialmente los
protagonizados por Raul Arévalo, otro de sus actores fetiche, aquí un
testimonial camarero, los que más procuren la carcajada fácil. El metraje
bascula entre momentos de comedia suave, fundamentalmente, los momentos
centrados en la pareja protagonista de la boda, que, tal como el famoso
partido, permanecen en un segundo plano, para ser felizmente rescatados y
servir de contrapeso a los momentos más dramáticos marca de la casa, los que corresponden
a las parejas en liza, la indefinición en que se debaten los protagonistas ante
la vida, y, especialmente, el amor, línea estrella en la temática arevaliana.
También el escenario familiar, al que el propio título alude, y sus diferentes
adscripciones y lazos, es un lugar común en la filmografía de Sánchez Arévalo.
En el hábil manejo de
esta difícil combinación cómico-dramática, acentuada por las intervenciones del
hermano discapacitado, un logrado Roberto Álamo, está el acierto de la
película. El guión, si bien inferior al de esa más complicada trama urbana que
era ‘Gordos’, que me parece la más lúcida obra de la carrera de su director
hasta el momento, va dosificando las diferentes entradas y salidas por las que
transita la película, que nos deja alguna brillante secuencia de puesta en
escena como esa en que distintos diálogos, dependiendo del núcleo familiar del
que provienen, del novio, o el de la novia, sobre el mismo suceso, la
procedencia de las relaciones pre-matrimoniales de los protagonistas de la
ceremonia, resultan, a golpe de montaje, uno sólo, impagable, el que tenemos
oportunidad de disfrutar los espectadores.
Una objeción que cabría
hacer es que el peso de los momentos dramáticos, que en otras películas de la
carrera de Sánchez-Arévalo, fundamentalmente los dos primeras, y especialmente
en Gordos, se llevaba casi a sus últimos límites, está aminorado, en la línea
de la muy menor y antecesora ‘Primos’, o dulcificado, según se mire, en aras de
dotar la factura final del filme de un acento más equilibrado, como de comedia
fácil, junto al punto bizarro inicial, sin mayores pretensiones de
trascendencia que su título apunta, a pesar de lo cual, es un estimable filme
que deja un buen sabor de boca y ganas de más.
Calificación: 2.
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