martes, 3 de abril de 2012

La vida en tiempos de guerra (T. Solondz, 2009)


Esta película dramática, escrita y dirigida por el norteamericano Todd Solondz, ‘Life during wartime’ en el original, es la continuación de su anterior filme ‘Happiness’ (1998).
No obstante, esta cinta puede contemplarse como un filme independiente donde, curiosamente, son rescatados los personajes de aquella desempeñando idénticos roles pero interpretados por actores fundamentalmente diferentes. Y, de nuevo, los avatares que sufren unos personajes unidos por un vínculo familiar, principalmente, tres hermanas: la mayor, Joy (Ally Sheedy), que abre la cinta, en una secuencia de restaurante idéntica a la apertura de Happiness, con problemas en su actual matrimonio y que escapa a Florida, lugar de residencia de sus otras hermanas; la mediana, Trish (Allison Janney), separada de un convicto por crímenes de violación pederasta, que acaba de conocer a un hombre maduro con el que planea rehacer su vida, y la tercera, la menor, Helen, una escritora reciclada a guionista de éxito. El resto de personajes convergen en los anteriores: el marido de Joy, un tipo desequilibrado y de oscuras prácticas que tomará el mismo camino fatal que su antiguo amante, el cual, no deja de aparecer, e, incluso, acosarla, en diferentes secuencias de la película; el exmarido de Trish, Bill (Ciarán Hinds), recién salido de la cárcel, que intenta un débil acercamiento a su antigua familia, si bien su único interés parece ser si su hijo ahora universitario padece sus misma orientación sexual luctuosa; por otra parte, el candidato a futuro marido, un divorciado de tendencias sionistas que alberga el proyecto de mudarse a Israel, y que convive con su tarado hijo adolescente; el hijo menor de Trish, Timmy, en pleno salto a la adolescencia, que sufre una especie de síndrome de Latimer al querer desempeñar el papel del cabeza de familia inexistente; o la mujer madura, interpretada por una fugaz Charlotte Rampling, predispuesta a la ácida suerte sentimental de bar, que tiene un encuentro nocturno con nuestro exreo, más preocupado por su destino económico.

Solondz establece un paralelismo claro entre su anterior film, pues ciertas situaciones se reproducen, se repiten, de un modo tragicómico, una década después. Un pasado omnipresente, auténtica espada de Damocles, que determina y condena la realidad cotidiana. Los personajes adultos insisten en la búsqueda del otro con resultados fatales, y los no adultos, en la búsqueda insatisfecha de respuestas. Y un denominador común, una de las palabras más mencionadas en los diálogos, el perdón y sus variantes, la necesidad de perdonar, quizás como vía para poder continuar. Todo ello aderezado por otros factores de la realidad que no estaban presentes a finales del siglo XX pero que han sucedido en la década transcurrida desde entonces, como la psicosis por la amenaza terrorista latente en la sociedad norteamericana actual.

Condicionado por el, a mi juicio muy notable, filme precursor, esta película nos parece claramente inferior. La balanza entre comedia y drama no está tan equilibrada como en el anterior, y en esta película, bascula claramente hacia el drama, hasta el punto que cuesta identificar el menor toque cómico, casi inapreciable en la cinta. La desesperanza, marca de la casa, que se abate sobre los personajes es aquí una realidad, un resultado, una depresión insalvable, el paisaje después de la batalla, parafraseando su título. La fotografía de Edward Lachman adquiere un tono saturado, como de negativo excesivamente quemado, casi onírico; es como un lugar de vacaciones en invierno, un verano nublado. La estructura decididamente coral de la precursora, con los ingredientes, los personajes y sus interrelaciones sabiamente dosificadas, aquí ha resultado aminorada, resulta más diáfana, aunque no de resultado más halagüeño. Esta película puede contemplarse como la peor resaca de la anterior, nada amigable. La infelicidad, la lucha contra la realidad en que se debatían los personajes de la precursora, ha arrojado este resultado; la claudicación, el desengaño, los rescoldos de la guerra. Solondz nos muestra en esta película los damnificados y los supervivientes, el resultado a través del tiempo de la agria realidad que con tan buen genio y dosis de imprescindible humor negro nos expuso en la primera. Es el postre de una cena triste, valga el símil por la gran cantidad de escenas del metraje que transcurren tras mesa y mantel, pasado de fecha. Despreciable, si se quiere.


Calificación: 1.

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