Considero vano malgastar
el tiempo escaso en reseñar películas mediocres o que no aporten nada al
espectador, y mucho más, ensañarse con las malas, pero voy a encarar este
humilde comentario con el sólo propósito de señalar lo que considero un rotundo
ejemplo de como al menos una buena dirección puede salvar los trastos y
convertir la enésima hollymemez (término
que solía usar el estimable crítico Ángel Fernández Santos) , pergeñada en base al presumible tirón taquillero de dos actores
consolidados como son Tomy Lee Jones y Benicio del Toro, con un guión ‘alucinante’, puro material de
derribo, en un filme visible y disfrutable, aunque con no pocos reparos.
La trama es la típica
historia de la persecución continua a que se somete a un soldado de élite del
ejército norteamericano, al que interpreta Del Toro, que ha perdido la chaveta,
al parecer por las cruentas guerrillas y operaciones en las que ha participado,
y, persiguiendo no se sabe qué dudoso principio, se propone una cruzada contra
el género humano aplicando ‘su’ justicia universal. Y para desfacer tal
entuerto, la poli, los federales y hasta el ejército, recurren al que fuera su
antiguo instructor, obviamente ese rol de sabia madurez que aporta el bueno de Tomy
Lee, que, curiosamente, en ese mismo año 1993 recibió el oscar por el papel
de perseverante Marshall también perseguidor
de un presunto asesino, que interpretaba Harrison Ford, en ‘El fugitivo’ –The
fugitive (Andrew Davis)-, papeles muy lucrativos con los que a buen seguro
sacaría adelante su proyecto de opera prima, ‘Los tres entierros de Melquiades
Estrada’ (2005).Ósea que algún oportunista magnate hollywoodiense intenta hacer caja a partir de un guión (a la sazón, escrito por los propios productores, los hermanos Griffiths) que intenta colar una trama delirante por ese tamiz de un supuesto pacifismo ecologista, algo así como un coctel de, salvando las distancias, ‘Bowling for Columbine’ (Michael Moore, 2002) y, sin salvarlas tanto, de 'Rambo' (Ted Kotcheff, 1982); mezclar churras con merinas, vamos. Un planteamiento que sólo un avezado artesano como William Friedkin, con una carrera sumergida en el mundo televisivo donde había comenzado a trabajar en los 60 y al que había vuelto desde mediados de los 80, después de haber dirigido grandes éxitos setenteros como ‘The french connection’ (1971) o ‘El exorcista’ (1973), entre otros muchos, es capaz de salvar con una puesta en escena ágil y resolutiva al servicio de los referidos actores, cuyas correrías, poses y devaneos, acaparan por completo una función, que, en otras manos, hubiera deparado resultados mucho menos defendibles.
Calificación: 1.
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