sábado, 20 de agosto de 2022

¡Nop! (Jordan Peele, 2022)

 

 

El tercer largo del director neoyorquino Jordan Peele vuelve a ser una intriga, esta vez escorada al fantástico, si bien los anteriores apuntaban más al psychothriller terrorífico. También confirma las coordenadas de los filmes anteriores, desmarcadas de un cine más mainstream, apuntando tramas menos convencionales, más en la línea de un Shyamalan, pongamos. Además, apuesta por un abigarrado coctel genérico ya que la película empieza como un filme de horror; prosigue como un western crepuscular, hay algo de metacine -los protagonistas regentan un rancho dedicado a la doma de caballos que participan, entre otras actividades, en rodajes de películas, sin mucho éxito, por lo que se plantean vender animales a un cercano parque de atracciones temático- y deviene en un filme de ciencia ficción, rollo invasiones extraterrestres, que se precipita y enloquece en su parte final, como cualquier otro filme comercial al uso.

 

La trama está estructurada en unos cuantos capítulos, que, en fundido en negro, llaman a nombres, que pueden tener un significado trascendente, como esos Fantasma, Suerte, …, que son los nombres de los caballos del rancho escenario de la mayor parte del filme, con sus laderas, sus cuadras, picaderos, tejados, como un protagonista más de la cinta. Mención especial merece otro capítulo llamado Gordy, este no equino, sino, al parecer, un peculiar chimpancé; es un relato dentro del propio filme, como un cortometraje dentro de una peli mayor, aunque aquí desmenuzado en varias partes que se suceden de forma no lineal a lo largo del metraje.

 

Resulta que comienza la película con una intro, breve, que parece sacada de un filme gore porque observamos los estragos perpetrados por una suerte de mono loco, pero no es un mal sueño, ni una escena de cine que contempla el protagonista, sino que más tarde se explica en un segmento monográfico, el tal Gordy al que nos referíamos, un luctuoso suceso donde un chimpancé asesino liquidó a todo el set de rodaje de una serie de tv; pues bien, el protagonista infantil y afortunado superviviente de tan trágico suceso (ese Steven Yeun visto en sucesivas temporadas la también televisiva The walking dead) , regenta en la actualidad (las vueltas que da la vida) un parque temático dedicado al western (otro detalle crepuscular más) y, como director del negocio, alquila caballos a nuestro protagonista, a quien da vida un ya habitual Daniel Kaluuya, esta vez algo fondón. Luego, pensamos, igual que domador de caballos podría haber sido cultivador de lechugas, que tanto da. Además, es un antihéroe al que no vemos ejecutar ese noble arte, al de la doma, me refiero; vamos que no le llega al Gregory Peck de Horizontes de grandeza ni a la suela del zapato... El prota es como un zombi que ni siente ni padece, que sólo se preocupa de madrugar para dar de comer y beber a sus caballos. En cambio, su hermana (Keke Palmer) parece que desborda alegría y ganas de vivir. Ambos, junto al dependiente de la tienda de electrodomésticos donde van a comprar unas cámaras y, más tarde, a un apreciado director de cine, algo sonado, que alterna trabajos alimenticios con el cultivo de obras más autorales (¿otro detalle meta?), se obsesionan con captar unos extraños avistamientos de ovnis que acontecen en el rancho, para, con el tratamiento adecuado -esos momentos Ophra al que se refieren los personajes, en recuerdo al famoso y televisivo The Oprah Winfrey Show conducida por la homónima periodista y presentadora negra, varias veces ganadora del premio Emmy y, según la revista Forbes, la persona afroamericana más rica del siglo XX (Wikipedia dixit)-, poder venderlos en redes sociales y salir de la rutina y la precariedad tanto social como económica de sus vidas.

 

La primera parte de la trama, básicamente de presentación de personajes y de subtramas, presenta abundantes guiños cómicos rozando el absurdo. Casi podríamos extender esta bis cómica a la secuencia del tan trágico como misterioso fallecimiento del padre de los protagonistas, antaño emprendedor domador de caballos, cuyos detalles no revelaremos para no soliviantar a los que aun no hayan disfrutado del filme que nos ocupa.

 

Las secuencias finales, más claramente de ciencia ficción y persecución extraterrestre, no son precisamente un dechado de virtudes spielbergianas, sino, muy al contrario, (¿pretendidamente?) morosas en demasía, y, entre tanta niebla y brumas, pesadillescas y hasta pelín grotescas, con ese cowboy-globo ascendiendo y siendo engullido por la informe nave alienígena.

 

Apuntemos finalmente el detalle del propio título de la película (¡¿?!) que lejos de emular al enésimo encuentro en la fase, que se yo, de internet, atiende a la bobalicona respuesta que se escucha en determinados trances de la trama, todo un presagio de lo que este hit estival apunta…  

 

 

Y el espectador abandona la sala, dubitativo, sin saber a ciencia cierta si no había descansado lo suficiente o si ha sido la víctima de otro vacile importante... (recuerdo ese otro reciente final de Men de Alex Garland).

 

 

Calificación:  2.

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