miércoles, 28 de marzo de 2012

Nacida para el mal (N. Ray, 1950)


Película sobre la ascensión y posterior caída de la típica buscavidas sin escrúpulos pero con piel de cordero, obsesionada por la fama, el poder y el dinero, ‘Born to be bad’ en el original, interpretada notablemente por Joan Fontaine, es una obra considerada menor dentro de la carrera de un referente del cine clásico norteamericano, su director, Nicholas Ray, a pesar de lo cual tiene potentes atributos que hacen su visionado muy disfrutable.
En particular, resulta muy afortunada la primera parte del metraje o de presentación de los personajes, donde se esboza ya la vil estrategia de la recién llegada Marianne Stuart, y su antagonista, el escritor Nick Bradley, interpretado por Robert Ryan, eficaz partenaire de la Fontaine, que va a sacar a relucir todas sus debilidades y contradicciones, y van a protagonizar las mejores secuencias de la cinta.

El filme es un drama, centrado en esta mujer maligna que parece manipular a todos a su antojo, pero con toques intergenéricos, pues tiene momentos de comedia, o más bien ironía, a la hora de abordar el ambiente un tanto ‘artificioso’ de la América de los 50, del mundillo editorial, la glamourosa rica burguesía, o la bohemia artística de San Francisco, como aquellos que protagoniza junto al pintor Gabriel 'Gobby' Broome, interpretado por un sofisticado y ‘pintoresco’ Mel Ferrer, ese personaje ambivalente que, ya desde el inicio de la peli, parece contemplar el escenario y los hechos desde una posición crítica y privilegiada, el único que se libra de los tejemanejes, y, muy al contrario, paradójicamente, ve como aumenta el valor del retrato que hace de la protagonista a medida que asistimos a su caída en desgracia. Ya en la segunda mitad del metraje, hay pinceladas melodramáticas que hacen avanzar la historia y es aquí donde el guión de Edith R. Sommer, en mi opinión, más se resiente.

No faltan esas escenas marca de la casa, con las pulsiones humanas a flor de piel y un halo de desbordante romanticismo, las secuencias a dos entre Fontaine, suerte de femme fatale, y Ryan, fotografiadas con el estimulante blanco y negro de Nicholas Musuraka, recuerdan a las mejores obras de cine negro del autor de ‘Rebelde sin causa’. Incluso, he detectado detalles de talante hitchcockiano a la hora de abordar determinados duelos interpretativos o en los rostros de los personajes que se debaten en este auténtico ‘thriller familiar’. O, también, esa impagable secuencia, que retrotrae a la comedia, cuando la protagonista es expulsada de la casa, tiene el aroma de ciertas memorables humoradas de Hawks o al Cukor de ‘Historias de Filadelfia’.
Parafraseando a Stanley Donen, que ansiaba ver a ciertos directores fuera de sus contextos habituales, y gustaba nombrar a un Hitchcock por ejemplo rodando un musical, este es un caso en que un director dramático habitual del policiaco y la serie negra, abandona su medio natural con resultados nada desdeñables.


Calificación: 2.

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