jueves, 29 de marzo de 2012

La mujer de negro (J. Watkins, 2012)


No es el momento de hacer un repaso histórico de los logros fílmicos de la Hammer Films de la que el estudioso interesado podrá consultar una vasta bibliografía acerca de la popular productora británica fundada a mediados de la tercera década del siglo XX por un emprendedor gallego. Sólo diré que es respuesta obligada de cualquier cinéfilo si le interrogaran acerca de productoras legendarias, referente del cine clásico del género fantástico y de terror, y, su retorno al escenario cinematográfico desde finales de la década pasada con un puñado de 5 títulos, es una auténtico placer para los amantes del género en general y en particular de las películas que realizaron en su edad de oro de las décadas de los 50 y 60 del siglo anterior.
La película que nos ocupa es una coproducción canadiense, sueca y británica donde el aludido estudio parece haber llevado la voz cantante.

Para más inri, el subgénero gótico, santo y seña de ‘la casa del terror’ inglesa, parece haber quedado algo apartado de la trayectoria evolutiva del cine fantaterrorífico de los últimos tiempos, centrado en alardes pirotécnicos que los altos presupuestos  y el uso de la infografía y la última tecnología en f/x que el amigo rico del otro lado del atlántico impone, y ha dejado reducido a las cenizas este tipo de cine más pausado y epidérmico que transcurre en mansiones apartadas, a las que se llega tras sortear no pocos inconvenientes geográficos y el malhumor de ingratos chóferes e, incluso, las reticencias de la poco hospitalaria población nativa, que se empeña en obstaculizar la tarea investigadora del recién llegado; ni qué decir de esas tristes y misteriosas moradas, donde el horror nos acompaña recorriendo los gélidos pasillos, sorteando recónditas telarañas o se esconde tras la puerta de oscuras estancias o se materializa en una sombra que nos contempla desde la ventana del piso superior; mansiones, como una protagonista más, cuyas puertas conducen a un exterior no menos ingrato, de bosques y cementerios ocultos por atmósferas neblinosas y borrascosas . Todo ello trufado por antiguas leyendas de aconteceres familiares de infausto recuerdo de los que haremos mejor en no preguntar, de tal forma que entre lo que nos cuenta algún díscolo lugareño y la historia investigada se abre un mudo pozo de misterios desconocidos.
Este escenario conocido y tantas veces disfrutado en las pantallas de un cine y que está en las bases de este género, parece haber sido olvidado, relegado en el baúl de los recuerdos cinematográficos, como decía, salvo contadas excepciones. Y aquí, sin ánimo de ser exhaustivo, encontramos, paradójicamente, abundantes referencias españolas , desde la más conocida ‘Los otros’ (Alejandro Amenábar, 2001), pasando por ‘La herencia Valdemar’ (José Luis Alemán, 2010), o, la muy notable Agnosia (Eugenio Mira, 2010), o muy escasas en el cine norteamericano actual; sólo puedo recordar ‘El hombre lobo’ (Joe Johnston, 2010). Pura coincidencia: la excepción que confirma la regla con este trío de títulos del mismo año.

Además, para esta ocasión, un misterio de clara influencia stokeriana, fuente que la Hammer explotó intensivamente y el popular personaje de Drácula y la mitología vampírica subsiguiente fue una de las sagas más célebres de la Casa, está en la base del relato. De manera que un joven abogado londinense, Arthur Kipps, interpretado por Daniel Radcliffe, el conocido intérprete de la saga Harry Potter, uno de los alicientes de la cinta, recibe el encargo de viajar a un pueblo apartado para vender la casa de un cliente que acaba de fallecer. Es curiosa  la inclusión de un detalle de coyuntura actual acerca del ambiente crítico que atenaza la situación laboral del protagonista que se ve obligado a acometer el difícil encargo so pena de despido. En cambio, si en la fuente aludida, era un abogado enamorado a punto de casarse, aquí al protagonista le aflige la muerte de su amada esposa al dar a luz a su único hijo, recuerdo que le persigue constantemente.
Contemplaremos los avatares, idas y venidas, investigaciones, persecuciones, y hasta el conocido chapuzón en las miasmas de las pútridas aguas de una insondable ciénaga, que sufrirá nuestro valiente protagonista, eficazmente interpretado por un Radcliffe, fogueado en este tipo de papel aunque con diferentes intenciones comerciales, y salvando las distancias, pues decide afrontar prácticamente solo, sin las pirotecnias acostumbradas ni más recursos que los puramente interpretativos o algún susto descarriado, los peligros que se le vienen encima. El detalle y desenlace de la cinta, basada en una novela homónima de la escritora británica Susan Hill, y desarrollados en el guión de su compatriota Jane Goldman -‘Kick Ass’ (2010), ‘X-Men: first class’ (2011)- y segundo largometraje del también guionista y director inglés James Watkins, iniciado en el género en su debut con el guión de la relativamente exitosa versión gore de ‘Gran Hermano’ que era ‘My little eye’ (2002) hasta la realización de su ópera prima, ‘Eden Lake’ (2008), es lo que queda para el sano disfrute de esa ahíta caterva de degustadores del género entre los que me encuentro y que a buen seguro disfrutaran con esta buena película sin más pretensiones que el puro entretenimiento de acompañar al personaje por esas desoladas y neblinosas marismas, perfectamente ambientadas, hasta llegar al descubrimiento final del misterio que encierra esta ‘mujer de negro’.

Calificación: 2.

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