lunes, 12 de marzo de 2012

Soy leyenda (F. Lawrence, 2007)



La novela homónima, que el escritor norteamericano especializado en relato fantástico y de terror Richard Matheson (New Yersey, 1926) escribió en 1954, ha servido de inspiración a no pocas adaptaciones cinematográficas. Sin ánimo de ser exhaustivo, empezando con una película italiana, ‘L'ultimo uomo della Terra’ (Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964), protagonizada por Vincent Price, de la que el propio Matheson, bajo seudónimo, escribió el guión, pasando por la más conocida ‘El último hombre vivo’ (The Omega Man, Boris Sagal) que protagonizaba Charlton Heston en 1971, año en que nacía el realizador norteamericano de origen austriaco, Francis Lawrence, que dirigió en 2007 la que nos ocupa, sobre un guión de Akiva Goldsman, uno de los productores de la cinta, y Mark Protosevich, todas ellas se alejan ostensiblemente de una u otra forma del planteamiento de la novela original, las dramáticas desventuras del último hombre vivo en la ciudad de Los Ángeles que lucha con una plaga vampírica dominante, resultado de una guerra bacteriológica que ha asolado el planeta y que transmitía el espíritu de su época de la guerra fría, el miedo cerval a un desastre nuclear.

Particularmente, y aparte del detalle biográfico antes señalado, esta ‘Soy leyenda’ 2007 me parece más en la línea de su anterior adaptación fílmica que del original literario. En ambas, los protagonistas, campan a sus anchas a plena luz del día por la ciudad, lujo que el Robert Neville de Matheson no se podía permitir, conduciendo imponentes vehículos y yendo de rebajas sin esperar colas. Al maduro galán de los 70, el duro Heston, que ya había protagonizado en 1968 otro de los hitos de cine de ciencia-ficción, ‘El planeta de los simios’ (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner), le sustituye, en esta ocasión, el afro-americano Will Smith, que había protagonizado en 2004 la adaptación de la homónima novela de Isaac Asimov, ‘Yo, Robot’ (Alex Proyas), y que un año después al del presente filme, lo hará en ‘Hancock’ (Peter Berg, 2008), sobre un super-héroe alcohólico, en pleno frenesí del cine comercial estadounidense por superarse a sí mismo en la utilización de los últimos F/X al servicio de grandilocuentes historias en las que bien vale el recurso al referente literario o la superación de la secuela anterior. En ambas, como decía, el protagonista fue un militar en activo, pero en el que nos ocupa, un talante buenrollista preside los actos del finado en tierra de nadie, todo ello en aras de no perder la chaveta. Aquí, cuida de su perra, única superviviente familiar, con la que duerme como si fuera su pareja, vigilia que es caldo de cultivo para deslizarnos sibilinamente pasajes de su vida anterior antes del desastre.  Es un tipo que no ceja en la investigación en su bien pertrechado laboratorio del posible causante del virus que ha desatado la debacle en la raza humana. No bebe y gusta de escuchar música reggae, en particular del también legendario Bob Marley, del que en una secuencia de la peli, el personaje de Smith hace un alegato como insigne representante de la lucha por la libertad de los hombres sin mediar diferencias de razas, … , etc. , lo cual puede resultar chocante viniendo de un coronel del ejército de los USA. También, entre partida y partida de golf sobre la borda de un portaviones encallado en la bahía del Hudson o Upper New York, se dedica a radiar mensajes de ayuda o bienvenida a cualquiera de los (im)posibles supervivientes que por allí pasen.

También coincide con su antecesora en el malogrado final de sus respectivos protagonistas con paralela exégesis que facilite la huída de los consabidos supervivientes que aparecen en la última parte del metraje, como garantes de la supervivencia de la especie humana. Aunque aquí cabe señalar que de la versión estrenada en cines se rodó un final alternativo con diferente desenlace.

Existen diferencias respecto a la anterior versión; alguna ya se ha apuntado, el carácter abstemio de Smith frente a Heston, o, también, seguro que no imaginaríamos al duro actor que encarnó al Mío Cid imitando diálogos de ‘Blancanieves y los siete enanitos’ como el bueno de Smith hace con un pasaje de ‘Shreck’, como a buen seguro hacen muchos niños de la actualidad, producto de ese fenómeno sin fronteras que es el cine.

Sugerente e inquietante resulta la primera media hora de metraje desde los primeros planos de esa ciudad asilvestrada que mezclan lo inhóspito de una naturaleza que se va apoderando de la otrora poblada metrópolis, con las muy significativas manadas de ciervos que los efectos infográficos permiten campando a sus ancha por la ciudad y las calles soleadas aunque desiertas, llenas de trastos viejos. Esa primera parte del filme hasta que sepamos del horrorífico perfil de los tortuosos vecinos nocturnos que se esconden en sus sombras, a quienes  el protagonista está muy acostumbrado en la perfecta monotonía que preside sus días y que, a nosotros, aun tardarán unos minutos en revelársenos. Minutos en que la monstruosidad está en esa ciudad despoblada aunque no despejada y en la propia soledad del protagonista, como ya ocurriera en la desierta Gran Vía madrileña de ‘Abre los ojos’ (Alejandro Amenábar, 1997),  antes que en sus acechantes enemigos de la noche; tras culminar el día y bajar las persianas una nueva vida monstruosa se revela ahí fuera. El realizador sabe dosificar efectivamente estos ingredientes hasta el consabido festín de la parte final.

Calificación: 1 (de 5).

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