El tercer largometraje, ‘Kynodontas’ en el original, del director griego Giorgos Lanthimos (Atenas, 1973), quien también coescribe su guión, junto a Efthymis Filippou, ha gozado de cierto reconocimiento internacional a raíz de lograr el premio ‘Un certain regard’ en el Festival de Cannes de 2009 y la nominación al Oscar a la mejor película extranjera 2011.
Película sobre una
familia donde el padre somete a su mujer y a su hijo y dos hijas ya talluditos
a una especie de prisión o muerte en vida, completamente aislados del mundo
exterior -sensación agudizada por ese plano recurrente en el filme de un lejano
avión surcando los aires a muchos metros de distancia en el cielo- podría
haberse encarado desde diferentes puntos de vista cinematográficas. El del
melodrama, por ejemplo, aunque no es pertinente establecer culpables porque la
cámara acompaña a los personajes, en sus cuartos, en el jardín, en un chapuzón
en la piscina, en un marco siniestramente idílico, sin atisbar el menor intento
de transmitir moralina alguna o de alinearse con tal o cual personaje. Porque
en manos de Lanthimos la trama es mínima, es una forma de rodar bastante naif; minimal,
contabilizamos sólo 6 personajes, los 5 miembros de una unidad familiar de 3
hijos adultos más una vigilante de seguridad de la fábrica donde trabaja el
padre que visita la casa periódicamente, remunerada por éste, para follarse al
hijo. Sin aditamento alguno, es un relato de lo absurdo, que apunta comedia
pero lo deja en nausea, que nos retrotrae a parecido planteamiento de gente
confinada en extrañas circunstancias como ‘El ángel exterminador’ (1962) de
Luis Buñuel, donde lo inexplicable hace acto de presencia y es un protagonista
más. Sólo al final, la hija mayor, acomete algo lo más parecido a salirse del
guión establecido con el resultado tan poco halagüeño del fundido en negro.
Tampoco recuerdo banda sonora musical alguna.
Conceptualmente, la
puesta en escena apuesta por planos medios nunca cortos y nos depara algunas
secuencias donde el plano corta las mismas cabezas de los actores acentuando
una pretendida despersonalización de lo que nos está mostrando.
En Canino todo es lo que
parece ser, si bien, tardamos un cierto tiempo en atisbar qué es lo que se nos
quiere contar. Es un relato hiperrealista sobre una familia tronada que es como
una isla, un microcosmos completamente alejado del resto del mundo. No acierto
tampoco a plantear si Lanthimos se ha propuesto con este relato al revés de una
familia contemporánea típica una crítica velada del rol de esta figura en la sociedad
actual.
Canino es como ese folio
afilado con el que te cortas al cogerlo y cuyo picor al principio despreciable
se va tornando molesto en el transcurso del día. Sus secuencias van cobrando
significado propio unos minutos después de haberlos contemplado e incluso unas
horas después.
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